Su nombre científico es Lluciapomaresius stalii, es conocida como chicharra de montaña o chicharra de piornal y parece sacada de un cuento de fantasía por sus colores, desde el verde hasta el pardo, casi negro, y su peculiar forma con largas antenas.

Emparentado con los saltamontes y las langostas, pero de apariencia más similar a los grillos, este insecto ortóptero está presente en la geografía de toda la península ibérica, aunque es endémico del este español. El «canto» de los machos (estridulación), una banda sonora de sobra conocida en los veranos en España, lo producen al frotar las alas entre sí.

Es una especie inofensiva para el hombre y, aunque se alimenta de algunas hierbas, es esencialmente carroñero de otros insectosinsectos. Es frecuente verlo comiéndose los cadáveres de sus propios congéneres. Pero, además de su canibalismo, una de las grandes curiosidades de este insecto es el lugar donde en los últimos tiempos se le ha visto poner sus huevos: en las grietas del asfalto.

Las hembras se diferencian de los machos por el ovopositor, un apéndice en forma de aguijón que les sirve para depositar los huevos. Aunque tal estilete pueda parecer algo temible su fin no es más que meramente reproductivo, y nunca lo usan como método de defensa.

Suelen enterrar los huevos a la distancia que alcanza su ovopositor, entre finales del verano y principios de otoño, cuando las lluvias ablandan el terreno y propician tanto la puesta como el desarrollo embrionario de las futuras crías. En tal caso, ¿qué está llevando de un tiempo a esta parte a este animal a poner los huevos en un lugar tan inhóspito como una carretera?

Todo apunta a que la razón es que eligen superficies de materiales duros, muy expuestas al sol, como en este caso el asfalto, pero también rocas, para que así los huevos pasen el invierno a buen recaudo del frío y el viento, hasta que eclosionan en primavera. Es un bicho, por tanto, ahora capaz de nacer en las carreteras.

En este vídeo del canal de YouTube «Picknature», Baldo Muñoz nos muestra una colonia de chicharras montañeras que se encontró en la Lloma del Cavall, a una altura de 1.100 metros de altitud en la Sierra de Mariola, un espacio natural protegido situado en el interior de las provincias de Alicante y Valencia.

Otra curiosidad de la chicharra de montaña, cuyo cuerpo cilíndrico mide unos 3 centímetros de longitud, es que ayuda mucho a controlar la procesionaria, ya que se alimenta de huevos y larvas de otros insectos.

También es muy llamativa la «bolsa» que presentan las hembras al final del abdomen. Aunque parecen huevos, realmente es un espermatóforo, o lo que es lo mismo, un saco lleno de espermatozoides y nutrientes que el macho le introduce durante la cópula. La receptora va absorbiendo su contenido para fecundar los huevos.

Tal y como afirman en la web «Notas de campo y jardín», muchos ejemplares machos mueren tras las extenuantes sesiones reproductivas y las hembras supervivientes no desaprovechan la ocasión y a menudo se los comen.

La chicharra de montaña es muy similar físicamente, y por ello a menudo confundida, con el Ephippiger ephippiger, un género de saltamontes comúnmente llamado chicharra alicorta, chicharra de las viñas o grillo de matorral.

Este último, que también realiza puestas en el suelo, está activo entre los meses de agosto a octubre y el sonido que emite es muy característico. Consiste en un ruido agudo que rechina y se repite en series largas con una frecuencia de aproximadamente una o dos veces por segundo.

Estamos ante uno de los pocos «grillos» que resultan beneficiosos para la agricultura, dado que vive en las plantas, pero principalmente caza insectos que habitan en ellas y suelen ser plagasplagas.