Son inteligentes, se adaptan con facilidad y se reproducen a una velocidad de vértigo. Quizás son estas las razones por las cuales todos los expertos temen a los mapaches y advierten con preocupación de lo rápido que esta especie invasora se está extendiendo por España.

La historia de este pequeño mamífero comenzó en Madrid a principios de siglo. Algunos residentes del municipio de Rivas Vaciamadrid, en el este de la región, habían decidido traer a estos pequeños peludos desde Norteamérica para intentar domesticarlos y tenerlos como animales de compañía.

Sus aspiraciones, sin embargo, salieron mal. Se desconoce si los mapaches huyeron de las casas por su propio pie o si los dueños los abandonaron a su suerte al percatarse de que eran indomables, pero el caso es que en 2003 se detectaron huellas de este animal en el Parque Regional Sureste de Madrid. Posteriormente, se supo que correspondían a dos hembras.

Fueron las dos primeras hembras halladas en España. En 2018 (que es el último año con datos disponibles) solo en Madrid se capturaron 814 ejemplares. Y es que estos mamíferos son resilientes, muy inteligentes y se reproducen exponencialmente. De hecho, una sola madre puede llegar a tener cuatro crías de un solo parto, y solo un año después, esas crías podrán volver a reproducirse.

La realidad de los mapaches, además, dista mucho de la imagen romántica que a menudo se tiene de ellos. Lejos de la idílica estampa cinematográfica infantil que se ha divulgado sobre este mamífero carnívoro, los mapaches no son tiernas mascotas, sino animales salvajes que por sus hábitos nocturnos, su actividad y agresividad, estos son muy poco apropiados para convivir con el hombre.

Además, al no tener depredadores directos, pueden causar un daño irreparable a los ecosistemas. De hecho, eso es lo que están haciendo desde hace años en aquellos lugares donde empiezan a expandirse, como Madrid, Castilla La Mancha, Galicia, La Comunidad Valenciana, País Vasco, Andalucía (cerca de Doñana) e incluso en Mallorca, en las islas Baleares.

Transmisores de enfermedades

El problema de la extensión de los mapaches no está solamente en que se conviertan en los principales depredadores de las especies autóctonas de España y puedan ser causantes de un problema ecológico de primer nivel. El problema es que también son reservorios de una larga lista de enfermedades.

Los mapaches pueden transmitir la rabia, moquillo, toxoplasmosis o tuberculosis a personas, ganado y mascotas, así como un parásito intestinal muy peligroso que puede provocar graves problemas de salud en las personas, pero que afecta especialmente a niños (incluso provocando la muerte). Se trata del parásito Baylisascaris procyonis que ha sido identificado en Alemania.

Pero a ellas se suman el virus del Nilo Occidental (cuya infección afecta a humanos, aves y equinos), así como enfermedades bacterianas. Y además puede hospedar al nemátodo Baylisascaris procyonis, que provoca una importante contaminación medioambiental y es responsable de la larva migrans. Esta última es una enfermedad causada por la migración larvaria y persistencia de este parásito bajo la piel, en el cerebro y en otros órganos, y emergente y en expansión en Europa (antes solo existía en América).

Los mapaches están considerados por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico como una especie exótica invasiva desde 2013. El propio ministerio admite que su “erradicación es muy difícil”.

Difícil control y erradicación

Por esta razón, insta a desarrollar medidas de control en las primeras fases de invasión. Actualmente en España se llevan a cabo campañas de trampeo. El método habitual para capturarlos es la jaula trampa, un dispositivo muy aparatoso en el que se suelen colocar cebos.

Para atraerlos se utilizan los alimentos que más le gustan, como mantequilla de cacahuete, huevos de gallina o nubes de azúcar. En invierno también se recurre a sardinas en aceite vegetal, que produce más olor que la mantequilla de cacahuete. La idea es que, al meter la mano para coger el alimento, esta queda atrapada.

Con este método, en 2014 se capturaron 53 ejemplares; en 2015 la cifra ascendió a 73; en 2016 y en 2017 hubo 85 capturas en cada año, mientras que 2018 cerró con 107 ejemplares apresados. Pero, dado el crecimiento que está teniendo la especie año tras año, muchos expertos consideran que las actuales medidas de control no están siendo suficientes.

De hecho, en un estudio realizado por la Consejería de Medio Ambiente de Madrid, en el que estudiaron a ocho ejemplares capturados y esterilizados para conocer sus patrones de desplazamiento, se concluyó que “existe la necesidad de realizar una captura constante hasta lograr su erradicación total”.

Para ello, en el estudio, las autoridades apuestan por incrementar el esfuerzo de captura “antes y durante la época reproductora”. “Resulta necesario pues iniciar las capturas antes de marzo con el fin de trampear y eliminar a las hembras reproductoras evitando el nacimiento de crías», concluye.

Ficha del mapache del Ministerio para la Transición Ecológica:https://www.miteco.gob.es/es/biodiversidad/temas/conservacion-de-especies/Procyon_lotor_2013_tcm30-69969.pdf

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