El 19 de mayo del 2018 lucía un sol radiante en Windsor. Desde muy temprano la policía había cortado al tráfico en las calles y miles de personas se apostaban en las aceras para ver pasar a los novios. Enrique y Meghan recibieron una gran ovación cuando, recién casados, se pasearon en coche de caballos entre la multitud. Una boda real perfecta. “El día en la monarquía abraza el futuro multicultural de Gran Bretaña”, pregonaba el Daily Mail, que echaba las campanas al vuelo. Los duques de Sussex “reflejan verdaderamente a la Gran Bretaña moderna”. “Las personas birraciales”, proseguía el tabloide ultraconservador, “son el grupo étnico que más rápidamente crece en el país, pero pueden a veces sentirse marginadas e incomprendidas. Tener a alguien como Meghan hablando de esos asuntos puede ser lo que hace falta”. Seguramente hacía falta, pero cuando finalmente Meghan ha hablado de “esos asuntos”, lo último que ha recibido de la familia real o de la prensa como el Mail son parabienes y mensajes de agradecimiento.

Así es, si así os parece

La brutalidad y rapidez de la ruptura entre los Sussex con la institución monárquica ha sido un reflejo de los tiempos que corren. La interpretación a la entrevista de Oprah WinfreyOprah Winfrey ha mostrado la brecha generacional a la hora de valorar lo dicho en ella. Un “así es, si así os parece”, porque cada cual ha sacado las conclusiones que ha querido. Los defensores de la pareja han visto confirmadas las sospechas de racismo, de incomprensión con los problemas de salud mental y la incapacidad de la monarquía británica de acoger a los que llegan nuevos a La Firma, como ya ocurriera con la princesa Diana. Pero también se han sentido validados quienes recelaban de las intenciones premeditadas de una estrella menor de la televisión americana, una arribista, pensaron, y no han dado crédito a sus acusaciones de racismo y maltrato psicológico contra la familia real. Los sondeos han mostrado que en el primer grupo están la mayoría de los americanos y mucha de la gente joven en el Reino Unido. En el segundo, los británicos de cierta edad, nostálgicos del pasado, aferrados al ejemplo inamovible de una soberana que ya ha cumplido 94 años y lleva 70 en el trono.

En América han alabado a Meghan, Michelle Obama, Hillary Clinton, e incluso el presidente Joe Biden. Los asuntos a los que ha aludido la duquesa trascienden su experiencia personal y traumas, reales o fingidos. El semanario The Economist apunta a que quizás la más dañada con la entrevista no sea la monarquía sino la “la reputación británica de sociedad liberal, tolerante con la diversidad racial”. Las alegaciones llegan en un momento de confrontación en el Reino Unido, con la revisión crítica del pasado imperial o la relación de grandes personajes históricos con la esclavitud. En los últimos años se han derribado estatuas y se cuestiona el origen colonial de antigüedades guardadas en los museos.

La monarquía atrapada

Simon Schama, un historiador británico, profesor universidad americana de Columbia, cree que “todo es un asunto de crisis de identidad”. Schama ha hablado en el New Yorker de la polarización sufrida con el Brexit y de cómo ahora la unidad del Reino Unido se ve amenazada por la posibilidad de un referéndum de independencia en Escocia. “Hay una especie de neurosis nacional, que normalmente aplacaría la monarquía. Pero la monarquía está atrapada, tratando de hacer dos cosas contradictorias. Para calmar una crisis nacional debe ser una institución intemporal, pero para la gente joven británica particularmente, debe ser una institución de nuestro tiempo”. En un sondeo de Opinium publicado por el dominical The Observer, el 46% de los consultados cree que la familia real ha sido racista en “los últimos años”. La mayoría, un 55%, piensa que el Reino unido debe seguir siendo una monarquía, pero esa aceptación ha caído 6 puntos desde noviembre del 2019.

Crisis y escándalos

Una vez pasada la primera avalancha de reacciones al talk-show de Oprah, empieza a haber consenso de que, por el momento, la Corona británica no se tambalea. La institución ha salvado otras papeletas iguales o peores. Estos días se compara exageradamente la espantada de Enrique y Meghan con la abdicación en 1936 de Eduardo VIII por Wallis Simpson. Aquel fue un terremoto, que trastocó la línea de sucesión al trono, algo que ahora no está en cuestión. La propia boda de Isabel II suscitó tensiones al haber elegido por esposo alguien demasiado próximo a la Alemania de Hitler. Las hermanas del duque de Edimburgo estaban casadas con altos oficiales nazis. Hace 25 años las revelaciones de adulterio de Diana de Gales y la volcánica reacción popular tras su muerte pusieron contra las cuerdas a los Windsor. Los británicos cuestionaron la reacción de Isabel II y la reputación del príncipe Carlos, cuya popularidad nunca ha sido excesiva, quedó destruida. La última década había discurrido en relativa calma. Guillermo y Catalina han resultado ser una pareja muy aburrida, que se han amoldado a las exigencias de la institución y a la consigna de lavar los trapos sucios en casa. El escándalo retornó con la entrevista fallida del príncipe Andrés a la BBC, sobre su relación con el pederasta americano Jeffrey Epstein. Quien ha tenido fama de playboy desde sus años universitarios, cuando trabó amistad con Ghislaine Maxwell, ahora inculpada en la red de tráfico de chicas menores de edad, niega haber mantenido relaciones sexuales con una de ellas. El FBI aún trata de interrogar al hijo de Isabel II, que ha sido apartado de todas las tareas oficiales de la familia real.

Futuro incierto

A pesar de las crisis, la monarquía británica ha mantenido la popularidad década tras década gracias a la figura de la reina. Cuando la soberana desaparezca las cosas van a ser posiblemente muy diferentes. El anacronismo de la institución se cuestionará con más vigor, al igual que se está cuestionando en otros países. De cara a un futuro cercano, el no haber sabido, o no haber querido, encontrar un hueco en la familia real para Meghan puede haber sido una gran oportunidad perdida.