Con toque de trompetas y aplausos, Putin atravesaba cual zar las imponentes puertas doradas de la sala de San Jorge. Allí donde se honró a los héroes de la II Guerra Mundial, donde se agasajó a Yuri Gagarin, donde se firmó también la anexión ilegal de Crimea. Tocaba hoy celebrar solemnemente el intento de adhesión de la Ucrania oriental.

Putin ha firmado los documentos apenas tres días después de que acabara el recuento en los pseudoreferéndums, que han tenido lugar en guerra, sin la más mínima base legal y con intimidaciones.

Ahí estaba toda la plana mayor del Kremlin. También los cuatro líderes prorrusos de las cuatro provincias ucranianas que Moscú quiere usurpar. Algo que, a pesar de toda la pompa y la fastuosidad de hoy, no puede garantizar sobre el terreno. Ni siquiera controla toda la superficie de esas provincias. En algunas, incluso, está perdiendo terreno. Con todo, esta firma -unida a las continuas amenazas del uso de la fuerza nuclear si se ve amenazado el territorio ruso- nos adentran en una nueva fase del conflicto. Si cabe aún más incierta y peligrosa.