de literatura

Insólita coincidencia

Kafka.

Kafka. / EL PERIÓDICO

José Antonio Barquilla Mateos

El padre de Franco no creía en su hijo. El padre de Felipe González tampoco creía en su hijo.

El padre de Zorrilla no le perdonó ni a la hora de la muerte a su hijo que fuera poeta en lugar de abogado. Y el padre de Kafka, se burlaba de la afición de su hijo por la escritura. El propio Kafka mandó quemar su obra al morir, cosa que afortunadamente, y gracias a su amigo Book, no llegó a consumarse.

El mundo está lleno de magníficas casualidades, y la literatura, también.

Y al hilo de esto, que al parecer no tiene concordancia, pero que sí la tiene diré que el pasado fin de semana, leyendo en casa anochecido ya, un libro que podía haber sido el San Camilo, de Cela, como en un principio tenía pensado releer, y que sin embargo, el libro que tenía entre manos era precisamente El proceso, de Kafka, y leía el paisaje en el que K está en el cuarto del pintor, cuando este le hablaba de la absolución aparente, de la absolución real, y de la apelación, en ese ámbito opresivo que es todo el libro, donde el tribunal es omnipresente, cuando unas niñas, en la obra de Kafka, vigilan cada movimiento de Joseph K sin dejar de gritar como gritan las niñas en sus juegos, y, precisamente, en esos momentos, mientras yo leía, escuchaba el vocerío de chiquillos o chiquillas en la calle, que iba y venía como un oleaje de gritos infantiles, que a mí, la verdad, me crispaba los nervios. 

No obstante intenté concentrarme en la lectura, al mismo tiempo que el vocerío de la calle se paraba a mi puerta, y cuando en el libro de Kafka, las chiquillas gritaron: « Ya se levanta»,, refiriéndose al personaje de la obra de Franz Kafka, el alboroto de los chicos o las chicas de la calle aumentó hasta el punto de que hube de levantarme a ver qué pasaba y, cuando efectivamente me levanté, escuché la voz de una chiquilla que gritó: «!Que se levanta...». Y cuando abrí la puerta vi a mi nieta y a sus amigas, que no se atrevían a entrar para pedirme unos zumos. ¡Curioso!.