Fue una ceremonia a flor de piel. El acto institucional del Día de Extremadura comenzó, como siempre, con aires protocolarios y envaramiento, pero se desarrolló como nunca, con las gargantas hechas nudos y las formas exquisitas desparramándose en fluidos incontenidos de adrenalina.

Aseguraba el fallecido Mario Onaindía que la mejor manera de conocer un país es asistir a uno de sus actos rituales. Un buen homenaje al pensador y político vasco es aplicar su metodología al acto anual del siete de septiembre en el Teatro Romano.

La ceremonia tiene un preámbulo con jugo a la entrada del recinto. Allí van llegando las autoridades. Los hay que pasan como una exhalación, caso de Luis Ramallo o de los consejeros de Sanidad, Agricultura y Economía, que fueron los primeros.

También pasan sin detenerse un instante, prácticas y precisas, las señoras consejeras María Antonia Trujillo y Leonor Flores. Otros se quedan por obligación protocolaria como los presidentes de las dos diputaciones, el alcalde Pedro Acedo o el Presidente de la Asamblea, Federico Suárez, que deben esperar la aparición de Rodríguez Ibarra.

Junto a ellos están quienes demoran su entrada por puro placer: les gusta el yo te digo, tú me dices. Así, se puede ver a Floriano con Baselga, José Diego (subdelegado del gobierno en Cáceres) y Acedo, al rector Ginés Salido que se acerca a saludar a Luis Pastor, a los militares por aquí, a los jueces por allá, a los clérigos por acullá y a Paco Muñoz, consejero de Cultura, siempre al quite.

AFINIDADES Y AMBICIONES

Además de los corrillos, que sirven para intuir afinidades y ambiciones, está el frívolo morbo de la imagen. Este año flotaban dos interrogantes: ¿Repetiría traje Cristina Herrera, habría definido su new look Federico Suárez? Cristina repitió el terno magnolia del año pasado. Eso sí, lo adornó con un foulard rosa ciclamen. En cuanto a Suárez, siempre dubitativo entre el aire Mikey Rourke barba de tres días y el estilo Filomatic , optó por el más correcto y se rasuró a conciencia.

Hasta aquí el prólogo, tan lleno de parabienes y comedimientos. A veces, la ceremonia prosigue por estos derroteros. Pero en ocasiones, las pasiones se desbordan, la intensidad sobreviene y la ceremonia institucional hace época y graba a fuego los sentimientos en la memoria. Es entonces cuando el acto institucional se convierte en emocional y alcanza su verdadero sentido.

Algo de esto se intuía ya en el preámbulo cuando llegaba Florinda Chico con un sobretodo negro de pedrería que brillaba menos que sus ojos lacrimosos, cuando aparecía Luis Pastor con su padre, también perdido en emociones.

Los primeros compases auguraban pocos escalofríos. Pedro Acedo aunaba su tema del discurso de 2001, la calle a Luis Ramallo, con el de 2002, el estatuto de capitalidad, con dos tímidos silbidos incluidos. Hubo que esperar a que Florinda Chico se creciera para que la ceremonia deviniera inolvidable.

La actriz de Don Benito había solicitado a Javier Castaño, responsable de protocolo, un micrófono bajo para hablar desde su silla, pero la emoción le dio alas, se puso en pie, se arrancó por alegrías y sentires extremeños y la grada se venía abajo y la interrumpía cinco veces.

Fue Luis Pastor, recitando y cantando, quien puso en pie el teatro. Dedicaba una metáfora a su padre, a todos los padres campesinos extremeños, "escultor del manzano y de la higuera", se autoproclamaba "un árbol de Berzocana, la flor de la jara" y el rito de cada siete de septiembre se llenaba de vida, de sentido y de verdad.