El poblado minero de Aldea Moret fue declarado Bien de Interés Cultural hace más de seis años, con categoría de Lugar de Interés Etnológico. Ya entonces, y sobre todo ahora, solo quedan prácticamente escombros en la mayoría de las viejas casas que resistieron a las excavadoras, porque hubo incluso intentos de demolición.

Las minas cacereñas de fosfatos se abrieron en 1876 y trajeron el progreso. Fue el barrio más bello de la ciudad, esplendoroso, con casas encaladas y rodeadas de jardines, calles arboladas con canales de riego, un cine, una bonita escuela, la vetusta iglesia y hasta un parque con curiosas especies botánicas. En los alrededores, los cuatro pozos en explotación producían al mes 5.000 toneladas de fosfatos, como San Salvador, una boca de mina de 1877 con influencia inglesa victoriana; o el pozo María Estuardo, de 150 años; la Esmeralda, un yacimiento de 12.000 metros cuadrados; y la Abundancia, un auténtico filón donde los mineros horadaban día y noche...

Es cierto que ha habido inversiones millonarias para recuperar los grandes edificios, como el Embarcadero, el Garaje y la propia Mina de la Abundancia, hoy centro de interpretación de la minería, pero el poblado ha sido fruto del expolio más salvaje. Se han llevado todo: desde puertas y ventanas hasta muebles, vitrinas, el instrumental de los laboratorios... Hubo un interesante proyecto para recuperar el barrio en 2011, pero la crisis lo enterró en la más profunda de las galerías.