Livia prefiere mirar el lado bueno de las cosas.

Esa parece ser su norma, y ha aceptado la situación con una calma que pocos han mostrado durante el confinamiento. Su mayor queja es, curiosamente, que no tenía permitido ir a andar. «No digo que haya que ponerse en peligro, pero sí que aunque estuvieran solas las embarazadas deberían poder salir, porque es algo físico y necesario para el bienestar tanto tuyo como del bebé».

En esta situación, ha hecho uso de la tan llamada ‘picaresca española’ y se las ha ingeniado para esquivar las restricciones con la intención de mantenerse activa a nivel físico, sin salirse de la legalidad: gracias a la ayuda de un vecino que le permitía pasear su perro, por ejemplo.

Durante esta cuarentena, le ha faltado la presencia física de aquellos que quiere. Futura madre, Livia admite que le hubiera gustado poder mantener contacto directo con su familia, a la que no ha podido ver hasta muy recientemente cuando la movilidad entre provincias ha sido restaurada, pues los más cercanos son de Badajoz. «He sentido la falta de poder abrazarlos y de que me vieran embarazada», confiesa. «Hay hermanos que todavía no he podido ver». Agrega lo difícil que ha sido, incluso al volver a verlos, conseguir que rompieran el miedo y le dieran el abrazo que a esas alturas tanto le apetecía.

Naturaleza

NaturalezaSin embargo, no todo lo que ha traído consigo el confinamiento ha sido malo. A nivel mental, lo califica «casi como un regalo, aunque pueda sonar raro». Livia no duda en decir que no ha estado sola en ningún momento. Después de todo, su bebé ha permanecido con ella a lo largo de todo el proceso. Además, los días de confinamiento le han servido para poder parar y disfrutar de su embarazo. Cuenta que le han permitido «volverme muy consciente de su presencia, y poder conectar con mi bebé», hecho que le hubiera sido difícil si hubiera tenido que continuar con su trabajo habitual en Mérida.

A nivel hospitalario, le ha faltado la preparación al parto y un buen número de visitas, que fueron reducidas a las imprescindibles. Así, ha pisado los establecimientos solo para los análisis de sangre y las ecografías de más relevancia para el proceso. Incluso el contacto con las matronas ha sido restringido a nivel telefónico, lo que para Livia ha aumentado la sensación de aislamiento.

Sin embargo, sonríe al comentar que, al estar embarazada, «liberas una serie de hormonas. Endorfina, dopamina... te parece que todo está bien, porque tu cuerpo está a tope de hormonas que te hacen sentirte bien. Así que contrastaba con la situación». En general, la experiencia no le ha desagradado, y define su embarazo como «buenísimo».

Fue en uno de sus paseos cuando se encontró con Pedro, del que es amiga, y él mismo la puso al corriente del proyecto. «Plantar un árbol siempre está bien, sea por el motivo que sea. Pero esto es mucho más bonito... Dar vida física y a la vez contribuir a cuidar de la naturaleza, que creo que durante esta cuarentena nos hemos dado cuenta de lo rápido que se recupera sin nosotros».

Para Livia, ya de vuelta al trabajo y regresando paulatinamente a la normalidad, solo queda esperar el parto, que llegará en tres semanas. Aunque aún no sabe el sexo del bebé, sí tiene claro un nombre: independientemente de si es un niño o una niña, se llamará Lúa.