Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.
Las Dominicas de Trujillo: de clausura, trabajadoras y empresarias
Carlos Gil
Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.
Las Dominicas de Trujillo: de clausura, trabajadoras y empresarias
Carlos Gil
Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.
Las Dominicas de Trujillo: de clausura, trabajadoras y empresarias
Carlos Gil
Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.
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Carlos Gil
Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.
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EL PERIÓDICO
Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.
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EL PERIÓDICO
Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.
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EL PERIÓDICO
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EL PERIÓDICO
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EL PERIÓDICO
Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.
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Cuando el entorno más cercano a los padres de la madre Inmaculada Redondo (Ibahernando, 75 años) se enteró de que su hija había decidido marcharse de casa para ser monja de clausura no entendía que se lo permitieran; les decían que eso era como «enterrar a una hija en vida». Sus progenitores nunca hicieron caso de aquellos comentarios y aceptaron la decisión de su hija, aunque no escondían la pena de no volver a verla. Su padre intentó, de hecho, hacerle reflexionar advirtiéndole de que en el convento no iba a poder escuchar ni a Raphael ni a los Beatles, los artistas que más le gustaban en su juventud. Hace 55 años de aquello, pues tenía 20 cuando llegó al convento de las Dominicas de Trujillo (Cáceres), y aquella música sigue resonando en su cabeza. Dice que recuerda todavía las letras, que tararea a veces cuando la visitan sus hermanos y sobrinos, pero nunca volvió a escucharlas.