Woody Allen aparte, parece que la actual comedia cinematográfica estadounidense se mueve solo en dos direcciones con ligeros matices, el estilo más bárbaro representado por Judd Apatow, los hermanos Farrelly o Ben Stiller

--y todos aquellos cineastas y actores en una onda similar-- y el más almibarado, el que perpetúa filme tras filme el modelo de la comedia romántica que siempre ha funcionado en Hollywood. Con derecho a roce pertenece, por supuesto, a esta segunda categoría.

No estamos muy lejos de las aventuras amorosas de Doris Day y Rock Hudson en una media decena de películas realizadas a caballo de los años 50 y 60 del pasado siglo. Este modelo siempre ha funcionado. Solo es cuestión de darle un poco más de mordiente, más sexo --aunque sin pasarse-- y una ubicación más cosmopolita.

Con derecho a roce se estructura a la manera convencional del chico encuentra chica, chico pierde chica y chico recupera chica, con alguna que otra (e insatisfactoria) veleidad dramática en torno a la posibilidad de las relaciones entre amigos, amantes o parejas.

Los dos protagonistas intentan que el sexo no interfiera demasiado en sus emociones, pero la empresa está de antemano condenada al fracaso.

El principal problema es que la pareja elegida, dos promesas que ya parecen ser una realidad en el firmamento hollywoodiense, Justin Timberlake y Mila Kunis, carecen de suficiente empaque: ni son Cary Grant versus Katharine Hepburn ni tampoco los Doris Day y Rock Hudson de las azucaradas comedias citadas. Los secundarios, en todo caso (Woody Harrelson, Richard Jenkins) les roban más de un plano.