Le pese a quien le pese, Neymar Jr. ya es el menino de ouro del fútbol brasileño. Primero desde 28 metros, con un lanzamiento de falta épico, y después desde la suerte de los 11 metros, en el quinto y definitivo disparo de la seleçao, el capitán de 24 años dejó claro en Maracaná por qué su medalla de oro frente a Alemania en Río 2016 le sitúa desde ahora, y para siempre, por encima del bien y del mal.

"Qué le vamos a hacer. Ahora me van a tener que tragar", fue la frase de desahogo que fusiló Neymar quien, apenas unos segundos antes, había batido al meta alemán Timo Horn en una emocionante tanda de penaltis que provocó la mayor explosión de alegría que se recuerda en los últimos años en Brasil.

Un rugido atronador de la torcida que emanó del templo del fútbol y recorrió en la noche del sábado cada rincón del gigante amazónico. El jugador del Barcelona sabía que el "milagro olímpico", como se le llamó en la prensa del país, se había cumplido gracias a su don divino con el balón.

Como ya ocurrió tras conquistar su primera Champions con el Barcelona, hace ya más de un año, la cinta 100% Jesús adornó la cabeza del iluminado tras la gesta. Un gesto, en un país profundamente religioso, con el que quiso demostrar que su fe en la victoria jamás desapareció a pesar de la avalancha de ataques de los periodistas del país tras los decepcionantes partidos contra Sudáfrica e Irak. En aquel momento, millones de brasileños gritaron a los cuatro vientos que el peso del brazalete de capitán acabaría ahogando a un jugador "inmaduro dentro y fuera del campo".

Partido a partido

Pero Ney se mantuvo en silencio y, partido a partido, se encargó de callar las ácidas bocas de los escépticos brasileños con sus asistencias a Luan, Gabriel Jesús y Gabigol, sus golazos a balón parado y, sobre todo, con su liderazgo ante otros diez jugadores que, incapaces de igualar su sobrehumano estado mental, confiaron en él ciegamente. Con la misión cumplida, el crack se liberó del peso que injustamente le había sido atribuido por la malas lenguas de la torcida. "El peso me lo ponéis vosotros", dijo.

"Hoy que he sido campeón, entrego el brazalete de capitán, fue algo que recibí y honré con cariño, ha sido un honor ser el capitán de Brasil, pero a partir de ahora lo dejo y me gustaría mandar un mensaje al técnico Tite para que pueda buscar algún otro jugador para realizar esta función", apuntó Neymar en un claro mensaje al entrenador que agarrará las riendas de la canarinha tras el éxito inesperado de Rogério Micale, la otra gran figura que calló de un plumazo los millones de críticas que recibió por ser un "entrenador de categorías inferiores".

La locura

La alegría de Neymar se desbordó junto a sus compañeros. Todos se tiñeron el cabello de rubio para emular el brillo del metal que acababan de conseguir. Por si fuera poco, el barcelonista y Luan, la gran revelación de Río 2016, se tatuaron el logotipo de los Juegos en sus cuerpos: Ney en la muñeca y el del Gremio en el pecho. Está claro que Neymar no es Romário, ni Rivaldo, ni Ronaldo, ni Ronaldinho, ni Pelé, pero es que ninguno de ellos asumió la responsabilidad de llevar el brazalete de capitán en un gran torneo a pesar de ser los mejores de sus respectivas épocas.

La tradición en Brasil era sabia, el genio del equipo no debería cargar con la responsabilidad de tirar del carro en los momentos difíciles sino hacer magia frente a la portería. Neymar lo hizo y además ganó el único título que jamás había conquistado la selección pentacampeona del mundo. Si Pelé sumó tres estrellas al escudo de la canarinha , Neymar le sumó el tan ansiado oro olímpico. Ya vuela hacia el Camp Nou.