TTtengo bien pisada Atocha: oficio de provinciano. Llegadas con retraso y salidas a la carrera para saltar a la escalera mecánica que baja a los andenes y alcanzar el tren de la tierra. Atocha es la batahola en la que rompe la España sureña y trabajadora de los corredores de cercanía y estación modernista que Moneo adornó con palmeras para dar sombra y respiro al brioso Ave sevillano. Ahora Atocha es un cementerio. Huele a metralla, a tren desbocado, a móviles que no contestan, a cera, flores y a oraciones musitadas. Cuando se llega a Madrid, la estación se te adelanta a todo: ya no corres para llegar pronto al Ministerio, ni tienes prisa por aligerar las compras, ni piensas en el inevitable Prado, ni en el Cristo de Medinaceli, ni en el restaurante preferido. Los pies te pesan como plomo, los pasos se acortan, los rincones se te antojan sospechosos y el cuerpo se paraliza, no avanza, porfiando todo él por quedarse y acompañar y llorar y dejar una vela encendida, un ramo de flores, tres versos sentidos, una lágrima. Uno tiene muy pisada Atocha, pero nunca había sentido el hueco bajo el pie, el sabor de la sangre reseca, ni tanta mirada ausente. En esa estación de trenes hacia todas las direcciones, uno no deja de preguntarse, cabizbajo y absorto, a dónde vamos.

*Licenciado en Filología