Que el tándem Sánchez-Iglesias era aficionado a lo popular es algo que no se escapaba a muchos. No creo que haya nada malo en no contar o no tener a mano referentes culturales elevados, algo que por naturaleza se supone reservado a almas refinadas. O con más tiempo para dedicar a cultivarse, claro. Aunque el vicepresidente haya dado sobradas (y públicas) muestras de, al menos, tener hueco para ver unas cuantas series.

Tarantino glorificó mundialmente un término que era propiode la cultura popular norteamericana: las “Pulp fiction”. Novelitas de variados temas, baratas, accesibles, casi lo que llamamos “usar y tirar”. Entre estas rústicas publicaciones, había muchas dedicadas a la ciencia ficción más bizarras (en su acepción anglosajona, claro). Quién nos iba a decir que se iban a rescatar estas novelitas de centavo en nuestros presupuestos generales del estado. Quién, ¿verdad?

Es difícil no calificar de otra manera las cuentas públicas del actual gobierno para 2021. En primer lugar, porque un vistazo a los presupuestos no permite adivinar algo que parece obvio: las empresas, autónomos y particulares tendrán que afrontar en los próximos años la paralización en la producción que han provocado las medidas de control de la pandemia. A ojos profanos, estos presupuestos expansivos podrían no sugerir que existe algo llamado coronavirus.

Porque más allá de que se pretenda paliar este terrible efecto con subidas impositivas (una decisión política inédita en el entorno UE, donde todos los países están más preocupados por impulsar el escaso consumo que en gravar rentas), es que el crecimiento en ingresos resulta disparatado. Y eso, incluso, sin contemplar un nuevo eventual cierre o confinamiento parcial en los últimos dos meses del año o en el primer trimestre del veintiuno.

Es complicado no advertir un sesgo ideológico (es decir, puramente táctico) en unos presupuestos que se venden como un aumento de impuestos a “los ricos” pero que estima que el grueso del incremento de recaudación estará en el impuesto de sociedades (más de un 11%) y en la actividad de los autónomos (¿alguien cree que crecerá?). Empresas y autónomos, dos grupos altamente golpeados por las restricciones legales y por la bajada del consumo. Al final, cualquier presión tributaria que se refleje realmente en estos grupos se pagará en forma de desempleo. De, lo más creíble en el incremento de recaudación es el aumento de los impuestos indirectos al consumo (se sube el IVA a las bebidas azucaradas y los envases de plástico, y se fija mayor gravamen al diésel). Porque ahí no existe distinciones económicas.

En la elaboración de unos presupuestos hay siempre dos vertientes: una realidad y una estimación. Los gastos son ciertos, y los ingresos, una mera proyección. Por eso, en el caso de que los segundos sean demasiados optimistas (o directamente, pulpfiction), la consecuencia inmediata es muy clara: no se podrán cubrir todos los gastos presupuestados.

Y eso ocurre en un momento en el que se subido el techo de gasto porque es necesario una mayor intervención del estado; es decir, una inversión extraordinaria. Por ejemplo, solo los ERTES supondrán más de 35.000 millones de euros en este mismo año. ¿Hay hueco para mucho más? ¿A qué juega realmente el gobierno?

Apuesta a que Europa va a inyectar 140 mil millones en nuestra economía. Hace un cálculo básico (y terriblemente cosmético): estos recursos permitirán cubrir al menos los gastos ordinarios si, como sucederá, la evolución real de los ingresos no es la prevista presupuestariamente. Lo cual políticamente tiene sentido, ya que permite cubrir los compromisos más básicos (paro, sanidad, estructura funcionarial). Pero que económicamente será un desastre.

Primero, porque no cumplir con las cuentas (incluso estas tan terriblemente optimistas) generará inseguridad jurídica. Justo ahora que el capital privado de inversores se antoja decisivo e insustituible. Segundo, porque si no hay auxilio a miles de empresas y autónomos el gasto social se disparará en forma de prestaciones y por la pérdida de ingresos.

Pero, a lo mejor, la apuesta a largo plazo es otra. A lo mejor ese “no dejar a nadie atrás” se refiere no al estado, sino a los partidos. Y que todo este desequilibrio, lo arregle otro (partido) después. Nos valdrá con acusarle de los recortes. Que bien se vivía contra alguien.