Cervantes escribe esta su última novela ejemplar en el ocaso de su vida, apenas unos años antes de su muerte, demostrando con maestría un pesimismo irónico que le hace adelantarse a su tiempo con una narración sin par ni precedentes en su modernidad. Escenifica la conversación entre dos perros, llamados Cipión y Berganza, que al comprobar que han adquirido la facultad de hablar deciden contar sus experiencias con distintos amos en la España de la época, y a esperas de que una profecía les convierta en hombres. El enigma se resuelve sorpresivamente tras una fantasmal aparición que explicará el porqué de su mágica transformación.

El relato está construido según los principios de la novela picaresca. Mediante el contrapunto de los comentarios de los perros, en nuestra adaptación ya personas, un viejo y taciturno Cervantes reflexiona sobre las relaciones entre la verosimilitud y la realidad, sobre la corrupción y egoísmo de la sociedad, y lo más importante, sobre la fraternidad del ser humano.

El montaje combina una estética de época, con vestuarios entresacados de retratos de Velázquez, enmarcada en un decorado con espíritu contemporáneo; así, un telón pintado inspirado en El Greco muestra un paisaje atemporal, y unas enormes gasas pintadas en abstracto, sustituyen la "cámara negra" del teatro en un receptáculo de luz que sigue las emociones de los personajes y el sentido de la historia de manera totalmente conceptual. También hay una fuerte caracterización para convertir a los actores en dos ajados mendigos.

En nuestra propuesta se han cambiado los papeles originales que protagonizaban dos perros por el de un hidalgo depauperado y un mendigo harapiento, también "perros" desheredados de la fortuna, que, con el mismo afán que Cervantes, narran sus experiencias entre lo amargo y la comedia, en una sutil, y a veces innegable, comparativa con nuestros tiempos.