Solo en un país frívolo como España el incompetente Fernando Simón podría ser elevado a los altares. Frívolo… y sectario, porque quienes ahora lo canonizan -dirigidos por ciertos medios de izquierda- lo condenarían a la hoguera si estuviera al servicio de la oposición.

Y eso hace Simón: estar al servicio de. En febrero tuvo una oportunidad de oro de ejercer como epidemiólogo, pero prefirió compadrear con el Gobierno y decir en todo momento lo que este considerara más oportuno. Había que conservar el puesto, no fuera a ocurrirle lo mismo que a José Antonio Nieto, jefe de Prevención de Riesgos Laborales de la policía, destituido por elaborar un informe ¡en enero! en el que aconsejaba tomar medidas sanitarias.

Fernando Simón unos días desaconseja la mascarilla (la Guardia Civil trató de hacerse con ellas desde enero) y otros, lo contrario; aunque proclive a nuestra asistencia a la manifestación del 8M (que debería haberse cancelado desde al menos el 23 de febrero, cuando la Lombardía inició su confinamiento), ha afirmado recientemente, con decenas de miles de muertos contabilizados, que el multitudinario 8M no supuso un foco de contagio, si bien las reuniones de más 30 personas, protegidos con mascarillas, según él, podrían suponer la expansión del virus. Genio y figura.

Simón ha surfeado tantos errores, incoherencias y cacicadas, que en la empresa privada no hubiera durado dos telediarios. Pero si hay un sector donde un inepto puede hacer carrera, es el de la política.

La Mesa de Turismo ha pedido la dimisión de Simón por alegrarse públicamente de que no acudan belgas e ingleses de veraneo a España, pues «es un riesgo que nos quitan». Este es el nivel de quien dijo que en España no habría más de cuatro casos de coronavirus.

Barrunto que los empresarios del sector turístico tendrán que esperar sentados: es más fácil que Simón sea premiado con un alto cargo que cesado.

* Escritor