Opinión | Macondo en el retrovisor

Falta la mitad de la foto

Atrás quedaron los tiempos en los que la llegada de una patera abría los informativos

En psicología se habla de percepción selectiva cuando en una situación de crisis el sujeto filtra la información que le llega del exterior y se centra en lo que para él es importante, se trata de una especie de mecanismo de defensa, cuyo objetivo es evitar un desbordamiento en el cerebro o en las emociones. Solo con este recurso en mentese puede entender la atención que ha generado el ya famoso abrazo de la voluntaria de Cruz Roja, Luna Reyes, al joven senegalés en El Tarajal. En medio de un drama humanitario indescriptible, en el que en una sola jornada cruzaron la frontera entre Marruecos y Ceuta unas 8.000 personas, decidimos quedarnos con uno de los momentos más conmovedores: el consuelo que uno de los nuestros, le da de forma natural a uno de los inmigrantes, que llega desesperado y roto a su destino. Para una mayoría, esa fue la imagen del día, porque en ella vimos dignidad, esperanza y compasión. Y sin embargo, con ello, de alguna manera eliminamos la otra mitad de la foto: la desesperación, el dolor y el miedo, que en esos momentos rodeaba con sus brazos la muchacha. Porque inconscientemente, nos identificamos con ella y no con él, y narcisistas como somos, en ella se puso el foco mediático y la empatía, volviéndole la espalda, literalmente, al otro protagonista. 

Vaya por delante que el gesto de Luna fue sin duda maravilloso, y quienes digan lo contrario no hacen más que proyectar sus enfermizas mentes sobre una reacción instintiva y sincera. Porque no solo la belleza está en los ojos del que mira, también lo están el odio, la ignorancia y el racismo. Pero como la misma joven recordó en Twitter, antes de cerrar su cuenta, desbordada por algunos de los despreciables mensajes con los que tuvo que lidiar, lo que ella hizo es lo que debería ser ‘normal’. Y es por eso que aunque es comprensible que de alguna manera se convirtiera en la mujer del momento, también debería interesarnos qué pasó con el otro ser humano coprotagonista de la instantánea, porque parece ser que para algunos es un mero ‘atrezo’ para darle un toque de ‘color’ a ese instante impactante, como si estuviésemos ante un anuncio de Benetton. 

De él sólo sabemos que fue devuelto al otro lado de la valla. Por Luna, nos enteramos de que era de Senegal, pero nadie lo buscó a él, ni le puso delante un micrófono para preguntarle por qué había decidido venir a España, cuál era su historia o si necesitaba protección internacional. Según declaraciones del ministro Grande-Marlaska la pasada semana, 5.600 de los inmigrantes que cruzaron aquel día, ya habrían regresado a Marruecos, por lo que todo da a pensar que muchos de esos casos, el del senegalés incluido, fueron devoluciones automáticas o ‘en caliente’, como se conocen popularmente. Miles de historias, de personas que no lograron su minuto de gloria en la televisión, en la prensa o en Facebook, pese a haberse jugado la vida en el mar en un intento desesperado de encontrar una segunda oportunidad lejos de la miseria y el olvido. 

Según el Ministerio del Interior, solo entre 2010 y 2019 fueron deportadas más de 220.000 personas desde nuestras fronteras y la cifra seguirá aumentando porque, para la mayoría de ellos, emigrar es la única posibilidad de optar a una vida digna y están dispuestos a jugar a la ruleta rusa para conseguirlo. De que nosotros entendamos sus motivos y aprendamos a ponernos en su piel, dependerá que las cosas cambien y las políticas de migración reflejen de forma efectiva la realidad de lo que sucedió en El Tarajal. Porque cada vez está más claro que falta sensibilidad y empatía y ha llegado el punto en el que el drama de la inmigración ilegal parece ser algo lejano para demasiados. 

Atrás quedaron los tiempos en los que la llegada de una patera abría los informativos. En la actualidad, sólo cuando la magnitud de la tragedia nos golpea en la cara con imágenes de niños y bebés flotando en el agua, prestamos atención a su desesperación por unos minutos. Y ni siquiera entonces, logramos ponernos en el lado correcto de la foto. En vez de ‘todos somos Luna’, deberíamos por un momento ser todos el joven senegalés. Y quizás así algunos llegarían a entender por qué están dispuestos a desafiar las leyes de la naturaleza y las de los hombres por intentar arañar aunque sea unas horas del soñado paraíso. 

* Periodista