La renovación de la capilla del Seminario Mayor de la Inmaculada Concepción

De la materia a la luz

Concluyen las obras realizadas por el arquitecto de origen extremeño Pablo Guillén

Interior de la capilla del Seminario de Plasencia

Interior de la capilla del Seminario de Plasencia

Jorge Juan Fernández Sangrador

Las obras de renovación de la capilla del Seminario Mayor de la Inmaculada Concepción de Plasencia, realizadas por el arquitecto de raíces extremeñas Pablo Guillén Llanos, han concluido. «Finiscoronat opus». Tras una breve visita a ese espacio sagrado, corazón de la institución diocesana en la que se han formado los sacerdotes placentinos, puse por escrito algunas impresiones que deseo compartir con los lectores.

Un retranqueo en el pasillo, cuando nos aproximamos a la capilla, produce un efecto sorpresa. No nos lo esperábamos. Es, además, un ensanchamiento del camino. En realidad, eso es lo que sucede cuando nos dirigimos hacia el encuentro con Dios: todo es amplitud. «Correré por el camino de tus mandatos cuando me ensanches el corazón», dice un salmo. Mas, ¿qué es eso que tenemos ante nuestros ojos? ¿un armario? No: es la puerta. Flanqueándola, unas planchas de piedra rugosa y jaspeada de la cantera de Campaspero, en Valladolid, nos advierten de que la materia, no sólo espera, anhelante, a que el espíritula perfeccione, sino que ella es, en sí misma, vía de acceso ala realidad espiritual, pues, en virtud del principio de la encarnación, según la teología cristiana, por lo tangible llegamos a lo intangible.

Por la materia y la vida cotidiana. El armario es un enser de los muchos que componen la habitabilidad de un hogar, un mueble en el que guardamos esas cosas que están en contacto inmediatamente con nuestra materia carnal y que casi son parte del propio cuerpo: la ropa con la que nos recubrimos y con la que proyectamos ante los demás la idea que deseamos que se formen de nosotros. El armario, como vía de acceso a un universo distinto de este nuestro, ha adquirido una singular significación a partir de la obra del escritor irlandés C.S. Lewis. Así también el armario que hace de puerta en la capilla del Seminario.

Por la materia, la vida cotidiana y un libro. El original tirador de la puerta evoca todo libro, cualquier libro: el que avivó en la infancia nuestra imaginación y nos hizo soñar despiertos, o aquel otro que abrió nuestro espíritu a la comprensión de la dimensión sobrenatural de la realidad, o el que escribimos ante el desafío provocador de una incitadora hoja en blanco. Y, por supuesto, la Biblia, el libro de los libros, inspirada por Dios, que quiso que nuestras palabras sirvieran de vehículo a su logos revelador.

En la capilla del Seminario hay que doblarse para leer la inscripción grabada en el tirador: «Oh, Señora mía; oh, Madre mía, yo me ofrezco enteramente a ti». Es una antigua oración dirigida a la Virgen María, modelo y ejemplo de perfecta oferente,

Por la materia, la vida cotidiana, un libro y la humildad. Al igual que para entrar en la basílica de la Natividad en Belén hay que inclinarse para poder traspasar la puerta de altura rebajada, en la capilla del Seminario hay que doblarse para leer la inscripción grabada en el tirador: «Oh, Señora mía; oh, Madre mía, yo me ofrezco enteramente a ti». Es una antigua oración dirigida a la Virgen María, modelo y ejemplo de perfecta oferente, como habrá ocasión de apreciar ya en el interior de la capilla, y figura de la Iglesia, que es también nuestra Madre, en cuyo seno hemos sido engendrados para una vida nueva y eterna, y ser, nosotros también, una ofrenda viva.

Unos poyos de piedra, a ambos lados de la puerta, son para que nos sentemos en ellos, reposemos y nos recuperemos de las fatigas del tráfago cotidiano. A la Casa de Dios no se entra atropellada, presurosa o inconscientemente. Es preciso que nos dispongamos internamente, reflexionemos sobre en qué estado interior nos hallamos y que, si estamos airados con nuestro prójimo, nos levantemos y vayamos a reconciliarnos con él antes de traspasar el umbral del templo.

Una brevísima vía sacra, de madera, nos introduce en el santuario, revestido del rojo de los amaneceres, de los atardeceres y de la luna pascual que asistió silenciosa a los acontecimientos más trascendentales de la historia de la humanidad: la muerte y la resurrección de Cristo. Tres ventanales en lo alto, en forma de triángulo isósceles, hacen presente a la Santísima Trinidad. Y, si el triángulo es la figura geométrica de la perfección trinitaria, el efecto isósceles muestra que el Padre es la fuente primordial de la luz que ilumina la andadura humana, siendo luz también el Hijo y el Espíritu Santo.

Imagen capilla plasencia foto

Imagen capilla plasencia foto / Cedida

Y, al fondo, del mismo tipo que las planchas de la entrada de la capilla, las piedras del altar, el ambón y la sede aparecen como las de un nuevo templo no construido por manos humanas, pero sí con los elementos que constituyen lo humano, lo carnal, lo material. Son las piedras que se conmovieron en el preciso instante de la muerte de Cristo, cuyo cuerpo es ofrecido, con las manos extendidas, por su madre, María, en el conjunto escultórico realizado por el donbenitense Fernando Cidoncha Pérez. El Hijo, glorioso, no la mira a ella, oferente y suplicante, sino a la ciudad, a través de un balcón, bendiciendo a sus habitantes.

Un ventanal, en el testero de la capilla, con láminas de alabastro, fungirá de faro en la noche, para que, cuando las tormentas que azotan la vida cotidiana se recrudezcan, tengan los placentinos una luz de referencia, hacia la que dirigir sus miradas, que les infunda confianza, esperanza y paz. De ese ventanal proviene la luz que se proyecta en el pedestal del sagrario. Es la luz de la eternidad, que emana de detrás del lienzo del presbiterio. Es la de la Jerusalén celestial, que se barrunta en una hilada de ladrillos apreciable desde la nave de la capilla. Los de la Jerusalén del cielo son de materiales preciosos, éstos, en cambio,se asientan sobre la mampostería del muro medieval, haciendo que converjan, en la capilla, la ciudad levantada por manos humanas, en la que perdura un glorioso pasado de historia y de fe cristiana, y la ciudad de Dios.

Y, por último, el sagrario, realizado por los orfebres que heredaron las habilidades del sacerdote asturiano Félix Granda. El diseño es del arquitecto Heliodoro Dols. Se inspiró en la Casa de los Picos de Segovia, pero, ¿no habíamos dicho que los triángulos son la más ajustada representación geométrica de la Santísima Trinidad? Hay en ese tabernáculo innumerables pirámides diminutas, triángulos que apuntan al cielo, y es que, en su interior, está Aquel que es perfecto Dios y perfecto Hombre, al que el cielo no puede contener, porque es inabarcable e inasible. Sin embargo, ha querido mostrarnos su gloria y su amor en ese cubo -figura geométrica asociada a la infinitud-pleno de triángulos, que es, en la exuberanciade sus hendiduras y picos, una representación de la zarza ardiente desde la que Dios habló a Moisés en el desierto para revelarle su Nombre: «Yo soy el que soy».

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