TAt mí el matrimonio homosexual me parece un atraso. Y el heterosexual también. Quiero decir que cabía esperar a estas alturas de milenio que la gente viviera cómo y con quien le viniese en gana sin tener que lidiar con el fastidio del papeleo. Porque dirán lo que quieran, pero el matrimonio es la unión íntima de dos voluntades o no es nada, por mucho papel que firmes y por mucho Vitorio y Lucchino que te marques para la ocasión. Ahora bien, como no vivimos en el mejor de los mundos posibles sino que la gente seguimos necesitando formalizar herencias, cumplimentar impresos con los que te reconozcan el derecho a indemnizaciones en caso de accidente de tu pareja y rellenar documentos para que no te escamoteen la pensión de viudedad, y así hasta el infinito y más allá, pues no nos queda sino abrazar al matrimonio como la vía más rápida de satisfacer todos estos formalismos. Es decir, que al amor se llega por un pálpito y al matrimonio por un papel. Y como los papeles no entienden de sexo, no tiene sentido que nos empeñemos en ser más torpes que un papel, hurgando en voluntades ajenas. Si fulanito decidió unirse a alguien de su mismo sexo o del sexo contrario es cosa suya y solo suya. Bastante duro es ya ir envejeciendo y mirar cómo a tu lado se marchita la persona amada, bastante dura es ya la convivencia diaria y el habituarse a las propias y a las ajenas mezquindades de la vida en común como para añadirle la superstición de la ortodoxia de los sexos. Convivir es un ejercicio de templanza en donde la condición sexual de los dolientes es lo de menos, pura anécdota. Dicen que con el nuevo gobierno el matrimonio entre iguales está en peligro: eso sí que sería un atraso, una vuelta atrás, un perder los papeles del progreso.