Sorkin ha mostrado gran destreza convirtiendo figuras (masculinas) históricas en personajes trascendentes tan patéticos como admirables. Lograr eso resulta más fácil cuando se habla de líderes gubernamentales o pioneros tecnológicos que hacerlo de alguien que se dedicaba a montar timbas de póker. Molly’s game, en otras palabras, se atribuye una importancia que ni merece ni apenas puede soportar.

Sorkin, es cierto, sabe cómo contar una historia y cómo recurrir a sus típicos torrentes de diálogos y monólogos imposiblemente ingeniosos para resultar endiabladamente entretenido. Su debut como director logra ese efecto en su primera parte, mientras se dedica a ser una película de póker y a explicar cómo Molly Bloom organizaba las partidas, captaba jugadores y manejaba el dinero.

Sin embargo, llegado el momento, la película se pregunta por qué la joven hace lo que hace, y eso no solo dispara la tendencia natural de Sorkin a sobreexplicarse, sino que lo hace caer en la condescendencia mientras la disculpa: su primer guion con protagonismo femenino es la historia de una mujer que se define por su necesidad de figuras paternas. Ese simplismo casi sabotea el filme. Casi.

BIOGRAFÍA

Molly’s game

Aaron Sorkin