En un afán didáctico un tanto excesivo, El libro de Eli se marca una parábola sobre el bien y el mal en la que Denzel Washington se erige como máximo ejemplo de la redención por vía religiosa en una insufrible historia postapocalíptica.

Dirigida por los hermanos Hughes (Albert y Allen), responsables de Desde el infierno (2001), El libro de Eli se sitúa en un futuro cercano en un mundo arrasado por la fuerza del sol, que ha matado a la mayor parte de sus habitantes y cegado a un buen porcentaje de los supervivientes.

Washington es un duro solitario que protege con mimo un libro que lee cada día y que es su única posesión junto a una espada y un arco con los que no tiene ninguna piedad en matar a cualquiera que le entorpece su camino hacia ninguna parte.

Y ese mismo libro es el objeto de una banda de delincuentes a las órdenes de Carnegie (un pasado de vueltas Gary Oldman), obsesionado con lograr un texto que le va a permitir controlar el mundo y tener toda la sabiduría.

Poco interés despierta en el espectador por conocer cuál es el libro en cuestión y entre el homenaje al western y el aburrimiento que generan la historia y los personajes, transcurre el filme. Terrenos comunes, malos muy malos, personajes estereotipados, planificación simple o excesiva, y una fotografía que trata de justificar la historia con una presencia continúa de un sol cegador. Si a eso le añadimos la lección de moral que intenta dar, el resultado es bastante mediocre. Aunque los trailers anuncian una historia de acción envuelta en un aire metafísico, la realidad es que no pasa de ser un cuento para creyentes convencidos porque los descreídos pocos argumentos encontrarán aquí para cambiar de opinión.