Acababa de terminar el estreno y Calixto Bieito, el director de ´Los persas. Réquiem por un soldado´, lo tenía claro: "He hecho el espectáculo que quería, ha salido como quería y he dicho lo que quería decir". Y tanto.

Durante una hora y veinte minutos el público vibró, rió, se emocionó e incluso se indignó en algunos pasajes (a algunos espectadores no les gustó el trato dado sobre el escenario a la bandera de España). Lo hizo gracias al espectáculo de Bieito, un montaje a medio camino entre la misa de réquiem, la ópera-rock y el teatro que con su lenguaje directo e impactante lanzó un claro mensaje contra la guerra.

Y es que ´Los persas´, a pesar de lo que había asegurado su director, sí que tiene una gran carga política, sobre todo en algunos de sus primeros monólogos. Pero todo ello queda en segundo plano ante la belleza de un texto simple y estremecedor, que en un tono tragicómico nos acerca al horror de la guerra casi sin darnos cuenta a través, también, de unas canciones en directo bien elegidas. Hasta que de pronto el espectador se encuentra sobrecogido en mitad de la miseria, el dolor y, sobre todo, la muerte sin sentido.

El ejemplo más claro del tono tragicómico es el del personaje de Darío, al que encarna un genial Roberto Quintana. Un hombre, el padre de la soldado Jerjes, que nos cuenta sus reflexiones sobre la guerra y su sufrimiento por el Atleti... y por su hija.

En cuanto al lenguaje, no sólo es impactante y directo, sino que Bieito tiene la habilidad de, incluso, generar una sorprendente vía de comunicación con el público a través de los diálogos. Desde la interpretación de ´El novio de la muerte´ hasta el soldado que cuenta su sueño erótico --un trío con Elsa Pataky y Penélope Cruz-- pasando por el lamento de un Darío desolado que repite: "¿Saben si podré recuperar los restos de mi hija?".

Por lo que se refiere a los protagonistas, buena parte del público quedó muy sorprendido con la cálida voz de Natalia Dicenta, que interpretó con solvencia y emoción a Jerjes. Pero si hubo una grata sorpresa fue la desgarrada actuación de Roberto Quintana, que arrancó los mayores aplausos de la noche con su gesto desencajado y de incomprensión hacia todo lo que rodea a un padre que pierde a su hija sin entender muy bien por qué.

Al final el público despidió con una gran ovación un espectáculo comprometido y sorprendente que, además, sirvió para romper uno de los tópicos que han sobrevolado el Festival de Teatro Clásico de Mérida: Que a su público no le gustan los montajes modernos. No es cierto. Lo que no le gustan, como se comprobó ayer, son las tomaduras de pelo en nombre de la modernidad. Ayer se escuchó alto y claro el lamento de Bieito, un triste aviso con una pesimista reflexión: "La guerra nunca termina. La guerra es eterna". Lo peor, que el tiempo le da la razón.