Berlín acoge a partir de hoy a la élite del atletismo mundial en el mismo estadio, aunque renovado dos veces desde entonces, en el que Jesse Owens asombró al mundo en los Juegos Olímpicos de 1936, tres años después del ascenso al poder de Adolf Hitler en Alemania. El Antílope de ébano, nieto de esclavos, enmudeció entonces la pretensión nazi de demostrar la superioridad de alguna raza sobre las otras con una exhibición que se materializó en cuatro medallas de oro. A partir de hoy, más de 2.000 atletas de 202 países, de todas las razas y condiciones, plasmarán una vez más el deseo de universalidad y de fraternidad del deporte en uno Mundiales realmente globales que serán televisados a 190 países.

"Es importante que el atletismo vuelva al Estadio Olímpico de Berlín. Estos campeonatos también tienen que ser un homenaje a Jesse Owens", aseguró ayer el presidente de la Federación Internacional de Atletismo, el senegalés Lamine Diack, que por cierto amenazó con prolongar su gris mandato cuatro años más a partir del 2011 si su salud se lo permite. Pero, con Diack a sin él, el espectáculo que se comenzará a representar hoy sobre la pista azul eléctrico del Estadio Olímpico será de primer nivel, a pesar de tratarse de unos Mundiales posolímpicos. Los Juegos de Pekín del año pasado no parecen haber acabado la gasolina de los mejores. Al contrario, el duelo estelar y más esperado en Berlín contiene reminiscencias tanto de Pekín como de los Mundiales de un año antes, el 2007, en Osaka (Japon). El tricampeón de entonces, Tyson Gay (EEUU), contra el tricampeón olímpico, Usain Bolt (Jamaica). Este es el pulso más esperado, pero no el único., ni mucho menos.

LAS PRIMERAS FINALES La baja de última hora de ayer de la etíope Tirunesh Dibaba, la Kenenisa Bekele femenina, ha echado al traste con otro duelo de altura, el que debía mantener la doble campeona olímpica de 5.000 y 10.000 con su compatriota Meseret Defar, que ahora ha quedado como favorita en la primera final femenina, que se disputará hoy mismo, junto con las de los 20 kilometros marcha y peso, ambas masculinas. Serán las primeras nueves medallas que se repartirán en unos Mundiales que, desde la perspectiva europea y, sobre todo, española, también tienen el interés de que llegan apenas un año antes de que Barcelona y su estadio olímpico, el Lluís Companys, acoja por primera vez en España los Campeonatos de Europa, en una pista que será tan azul, una vez instalada la nueva la próxima primavera, como la que ya decora las ocho calles de Berlín.

ESPAÑA ENVEJECE En el caso español, Berlín no supone tanto una reválida como una última prueba para determinar con precisión el estado de salud de su atletismo, que está envejeciendo a marchas forzadas. El extremeño Javier Cienfuegos es la única excepción. Paquillo Fernández, que hoy buscará la primera medalla para la delegación española, ya tiene 32 años, y se trata de uno de los jóvenes. Marta Domínguez, Manuel Martínez, Jesús Angel García Bragado, María Vasco, el propio Reyés Estévez, están alargando como un chicle su carrera, a la espera de rendir en Barcelona-2010 un último servicio ante el relevo que se presenta. O que no se acaba de presentar.

Una España repleta de veteranos, pues, buscará no salir de Berlín de vacío, como en cambio sí sucedió en los Juegos de Pekín, y mantener la tradición de subir al menos una vez al podio, como ha pasado siempre desde la edición inaugural de Helsinki, en 1983. Desde entonces, España ha sumado 33 medallas, pero solo 6 de ellas de oro.

La reiteración de nombres conocidos será también la tónica general en Berlín, donde deben brillar nombres consagrados como la rusa Yelena Isinbayeva, el etíope Bekele, la saltadora de altura croata Blanka Vlasic (aquí con permiso de la mejor anfitriona, la alemana Ariane Friedrich, y de la cántabra Ruth Beitia) y el cuatrocentista estadounidense Jeremy Wariner, en este caso ante su verdudo de Pekín, LaShawn Merritt. Tanto Vlasic, también derrotada en los Juegos, como Wariner, tienen espinas clavadas similares a las de Paquillo, solo séptimo en Pekín.

Los de Berlín serán, finalmente, los Mundiales de la guerra al dopaje. Más de 1.000 controles y la introducción del pasaporte biológico o sanguíneo quieren garantizar la absoluta limpieza del torneo.