En la Alpujarra dicen Búénós diás y no hay viajeros ingleses que quieran hacer viajes líricos. Por eso, se conservará bien". La Alpujarra es sinónimo de calor, de chumbos que crecen junto a la carretera, de cuevas escondidas, de pueblos blancos, de Granada y de Federico García Lorca, el autor de la frase, quien ni por asombro pudo imaginar en 1926 que un día medio planeta deportivo estaría pendiente de un inglés nacido en Kenia, ganador de dos Tours, que flaqueó por las montañas que encandilaron al poeta, pero que supo minimizar la crisis (cumbre de Capileira, séptima etapa de la Vuelta, primera llegada seria de montaña), porque él si se ha apuntado a la ronda española es para ganarla no para contemplar los paisajes de Lorca, ayer, o Miguel Hernández, el jueves.

Solo hay que verlo. Con discreción, eso sí, con el ejército de Jaguars, los coches de lujo que se han convertido en vehículos auxiliares para el conjunto Sky, en cualquier hotel que la dirección de la Vuelta les ha reservado, esta semana por Andalucía y la próxima por Valencia, Andorra, Aragón y la Rioja. Y todo controlado por el cerebro que lo calcula todo en la escuadra británica, su mánager general, Dave Brailsford. "Si está en la Vuelta es porque sabe que Froome la puede ganar", afirman.

Hace un año, Alberto Contador (la única gran figura ausente en la ronda española) supo desde el inicio de la carrera que Froome era su enemigo. Por eso, conocedor que, al igual que ahora, el ciclista británico llegaba a la Vuelta falto de rodaje (la caída del Tour no le permitió entrenar como él quería) trató de tensar la cuerda en la primera semana para intentar eliminarlo. Froome, como ayer, se retorció.

Y, como en la Alpujarra, buscó que las pérdidas de tiempo fueran tan solo de segundos. Al final la prueba quedó en un mano a mano entre Froome y Contador. Sin el madrileño en acción, el británico es el corredor al que todos temen; desde Alejandro Valverde a Purito, desde Quintana a Fabio Aru --que ayer se convirtió en el único gran favorito que atacó en la cima granadina--. Si le dan oxígeno, si llega con vida a la contrarreloj de Burgos, todos ya saben que pasará. Froome, mucho Froome.

Si se acercan por los hoteles de la Vuelta verán que junto al autocar y el camión mecánico del Sky hay un motorhome. Son los únicos que llevan este vehículo que estrenaron en el Tour. Es el camión cocina-comedor. Ellos compran la comida en los supermercados de las ciudades por las que pasan. Rechazan los alimentos ofrecidos en los hoteles, al margen de las estrellas, nunca por debajo de cuatro. Allí se sienta Froome con sus ocho compañeros.

Ni es especial, ni es raro. Duerme solo porque siendo impares un corredor debe tener habitación individual. Y espera sin impacientarse que su principal patrocinador (comparte marca con la estrella azulgrana) fije por fin un día para un encuentro promocional con Leo Messi. "Otros habrían dado prisa a los patrocinadores con tal de conocer al futbolista. El está tranquilo. El fútbol no le vuelve loco y no tiene prisa por conocer a Messi". Así es Froome.

Mientras tanto, ayer el primer examen de altura de la Vuelta, en La Alpujarra granadina, encumbró al holandés Bert Jan Lindeman (Lotto Junbo) como vencedor de la etapa.

Para hoy, la octava jornada de la Vuelta llevará al pelotón desde la Puebla de Don Fadrique, en Granada, hasta la ciudad de Murcia, que no acoge una etapa de la ronda española desde el año 2010. Será una jornada rápida, de 182 kilómetros, también marcada por el fuerte calor, como la de ayer, y siempre con un perfil en línea descendente. El pelotón tendrá que superar una doble subida a la Cresta del Gallo, de tercera categoría, que puede marcar más diferencias en la bajada que en la subida.