Prevención, disuasión y sanción. De estos tres principios de orientación y control del comportamiento social, se le atribuyen a las normas penales las dos últimas. Admito que he hecho trampa porque me he guardado el de educación, que resulta fundamental, con la insana intención de provocar con su ausencia.

Horrorizados por el comportamiento de manada a los que nuestros adolescentes, cada vez más niños, están expuestos como víctimas y también como verdugos, abrimos el debate de la reforma de la ley penal del menor. Lo hacemos con una flagrante falta de sinceridad pero al calor de la ira popular.

No somos sinceros porque no buscamos soluciones sino catarsis. Somos la víctima y exigimos el más firme resarcimiento del dolor causado, pero no nos reconocemos en la faceta del padre o la madre del agresor. Recomiendo una ilustrativa visita a foros de internet y a mensajes ciudadanos a través de las emisoras de radio de su ciudad. Podremos leer y escuchar discursos tan razonables como los que apuntan a que la impunidad alimenta actitudes delictivas o aquellos que sostienen que la manga ancha con nuestros hijos no debería alcanzar a que una niña de 13 años esté a deshoras en la calle. Podemos, incluso, ver encuestas en las que el 94% de los lectores apoyan endurecer la ley del menor. El mantra rueda y se reproduce. Pero, al lado, pasa desapercibido el comentario de muchos lectores que comentan, por ejemplo, los deslices sexuales de Berlusconi y confiesan su admiración por el gran conquistador que es, el referente de éxito que constituye, cuando no auténticos monumentos a la misoginia de mal gusto por la condición de género y de prostituta de la mujer que denunció sus correrías.

Hay en estos espacios pocas reflexiones sobre el proceso que convierte la decisión de violar a una niña en una buena idea del macho alfa a la que se suma el resto de la jauría. Mucho menos sobre cómo se forma esa manada. ¿Por qué proceso social llega un niño de 12 años a ser un adolescente de 13 capaz de agredir a otra niña para satisfacer su curiosidad sexual? Una celda no es suficientemente disuasoria, como se demuestra en todo el mundo. No es educativa ni aporta seguridad real ni resocializa por sí misma. Muchos de los que encabezan las hordas del linchamiento participan de la formación de un criterio social que frivoliza con la violencia como medio de solventar diferencias, con el sexo como mecanismo de ocio, que sacraliza el superior derecho individual de ver satisfecho todo lo que se desea. Y sustituimos información, educación, responsabilidad, convivencia y respeto por estereotipos macho-hembra. No pedimos más rejas para nuestros adolescentes; las pedimos para encerrar nuestro fracaso.