El sábado, el dirigente más emblemático de Batasuna, Arnaldo Otegi, salió de la cárcel. Le esperaban gentes del mundo de Batasuna, entre ellos el antiguo secretario del sindicato LAB, Díaz Usabiaga. Pero no los dirigentes de la Batasuna actual. Y es que Otegi --que repitió que la solución al conflicto es la negociación-- no está bien visto en la actual dirección de ETA, la que decidió volver al asesinato. Y se sabe que busca apoyos entre los presos descontentos por la ruptura de la tregua --al parecer mayoritarios-- y los refugiados en países latinoamericanos. Pero, ¿para qué?

ETA le ha apartado y el crédito de Otegi en Euskadi y España está hundido. El PNV pagó caro el pacto de Lizarra y la ruptura de la tregua del 98 --que coadyuvó a la mayoría absoluta de Aznar en el 2000-- y casi lleva al triunfo de Mayor Oreja en las elecciones vascas del 2001. Y el PSOE aguantó graves insultos del PP toda la legislatura pasada por una apuesta que fracasó porque Otegi no pudo imponerse a ETA. Así ningún político responsable contempla el diálogo. Y la izquierda aberzale normalizada de Otegi tendrá que esperar. O romper con ETA.

Además, la actualidad de Euskadi no es hoy ETA --cada vez mas debilitada por la acción policial--, sino una coyuntura contradictoria que apunta tanto a un escenario "revolucionario" como a otro de pacto. Por un lado, el enfrentamiento, el mayor de la democracia, entre el Gobierno vasco y el español por la convocatoria de la consulta de Ibarretxe sobre el derecho a decidir.

La consulta no se va a celebrar, pero el lendakari cree que el veto a una consulta no vinculante es un regalo electoral y un paso para la suma nacionalista (el tripartito más Aralar), que podría ir todavía más lejos si tiene mayoría absoluta tras las elecciones, cosa más factible sin listas de Batasuna.

Pero el choque de trenes espectacular puede no ocurrir. El PNV llama a las trincheras nacionalistas --es muy cuidadoso a la hora de conservar y mimar sus propiedades (el concierto y el cupo)--. Y mientras el alma soberanista quiere un Kosovo tecnológico, los realistas ("michelines", según Arzalluz) no descartan pactar con el enemigo (y aliado) de siempre, el PSOE. ¿Qué compromiso? Votar los presupuestos en Madrid a cambio de que el PSE lo haga en Vitoria. Y de otras gabelas como ayudas al AVE vasco.

Luego habría que explorar la gran coalición PNV-PSOE, que tiene dos riesgos. Uno, la mayoría nacionalista en el País Vasco. En ese caso, Ibarretxe insistiría en la "ruptura amable". Dos, una mayoría constitucionalista. Entonces el PSE debería renunciar a gobernar con el PP. Y Rodríguez Zapatero ya tendría su ansiada --e imprescindible-- mayoría parlamentaria en Madrid.