Llegó a Mérida hace más de 30 años, donde vive con su marido y su hija de 17 años, pero no hay ni un solo día que no recuerde sus raíces, con dolor y especial preocupación en los últimos meses. Amal Ibrahim nació en Siria, con solo dos años ya tuvo que emigrar a la capital del Líbano con su familia, que varios años después regresó a su país natal tras recrudecerse el conflicto en el país vecino. Y allí viven desde hace décadas, en una pequeña aldea del sur de Siria que, por suerte, vive más ajena a la guerra civil que asola el país desde hace ya cuatro años y que parece no tener fácil remedio.

Con solo nueve años Amal se puso a trabajar para ayudar en una casa con doce hermanos. Cuidaba niños y fregaba de rodillas. Cuando alcanzó la mayoría de edad se sumó al viaje de unos amigos a España del que nunca regresó. Estando en Mérida estalló la guerra del Líbano, cancelaron su vuelo de regreso y perdió la pista de su familia. "Vivieron doce años pensando que yo había cogido aquel avión y que había muerto". Así que no le quedó más remedio que empezar una nueva vida en la ciudad donde le llevó el destino. "Trabajando en un bar de la calle John Lennon conocí a mi marido y me casé a los 23 años". Ahora trabaja como limpiadora. Con el tiempo, a través del consulado, logró averiguar que su familia había vuelto a Siria y pudo volver a retomar el contacto.

"Ahora no puedo pasar ni un día sin hablar con ellos, chateamos por Whatsapp, están sufriendo mucho, muy preocupados, y yo desde la distancia también lo estoy pasando mal", cuenta con la voz apagada a través del teléfono. Sufre porque recientemente han fallecido dos de sus hermanos allí y por el dolor que puede experimentar cualquier ciudadano al ver cientos de personas atravesando la valla que les separa de la guerra o la foto de un pequeño de tres años sin vida en la costa de Turquía. Imágenes que están dando la vuelta al mundo, sacudiendo conciencias pero que son una realidad.

"Seguro que algunos de los que veo por la tele los conozco e incluso podría ser mi propia familia", lamenta. De momento, sus padres, hermanos, sobrinos y demás familiares no piensan en salir del país. "Están bien, en la aldea (situada en la provincia de Tartus, controlada por el Gobierno de Bashar al-Asad) no hay conflicto y pueden seguir con su vida ahí aunque están rodeados de penas". En la provincia de Tartus las muertes se ha convertido en cotidiano. Hasta allí llegan cadáveres cada día para entregar a sus allegados.

La familia de Amal forma parte de los alrededor de diez millones de sirios que se mantienen en un país en manos de un régimen dictatorial y del Estado Islámico fundamentalmente. "El conflicto es más fuerte alrededor de la capital y en otros ciudades importantes como Hamas. Allí tengo viviendo a un hermano al que una bomba le ha destrozado su casa", cuenta.

"Ha vuelto 20 años atrás"

"Hay veces que no quiero ni ver la tele, porque estoy sufriendo mucho, pero no puedo evitar saber. Tengo un sobrino luchando en la guerra. Esto no se lo merece ningún pueblo, no hay palabras para describir tanto horror". Horror humano, pero también cultural. "Se están cargando un país que era precioso, lo están convirtiendo en una ruina. Es una pena muy grande", lamenta. Por Siria han pasado multitud de civilizaciones y todas han dejado huellas que la guerra está borrando. "El país ha vuelto 20 años para atrás". "Nunca pensé que esta situación se fuera a dar y creo que va a ser complicado atajar el problema. Tienen el país dividido y eso nunca ha ocurrido antes. Eramos todos como hermanos, no había racismo ni violencia y ahora fíjate. Miles de personas muriendo, gente sin corazón matando a sangre fría, huyendo con los niños a cuestas... Yo podría estar ahí... Se me parte el corazón".

Pero Amal no pierde la esperanza y ya está planeando una nueva escapada a su país para la próxima primavera. La última vez que estuvo fue antes de las pasadas navidades. "Mis amigos me dicen que estoy loca pero no puedo dejar de ir. Espero que las cosas mejoren porque de camino a la aldea no sabes lo qué puede pasar. Está todo lleno de policía".

Mientras, solo espera que Europa ayude a los miles de paisanos que arriesgan su vida cada día en busca de paz. "Han dejado su país, su casa, su vida entera,... que los traten bien por favor. Las guerras no deberían existir. Ojalá que la paren ya. Ojalá que se acabe todo", ansía.