Dolor y rabia son los dos sentimientos que aún bombean con fuerza en el corazón de Yolanda Vegas Javier, vecina de Moraleja y hermana de uno de los 30 militares que tras fallecer en el siniestro del Yak-42 recibieron sepultura con identificaciones erróneas. En concreto, su hermano Feliciano, casado, con un bebé de 15 meses y con 33 años recién cumplidos cuando ocurrió el accidente de avión en el 2003, se enterró en Jabalí Viejo (Murcia), mientras que aquí en Extremadura, su familia, sin saberlo, daba sepultura a un féretro con los restos mortales de una persona distinta, los del militar de Zaragoza, Joaquín Alvarez Vega.

"Cuando nos dijeron que la persona que habíamos enterrado no era mi hermano, no me lo podía creer", recordaba ayer Yolanda desde su casa en Moraleja seis años después del suceso, un tiempo que se ha convertido en un infierno dado el complejo proceso judicial en el que su familia sigue inmersa con el apoyo de la Asociación de Familiares Yak-42 con un único fin: exigir responsabilidades a militares y políticos del anterior Ministerio de Defensa. Un proceso judicial que el martes dio otro paso con el veredicto que la Audiencia Nacional emitió contra los militares que repatriaron los cadáveres.

El dictamen condena, por un lado, a tres años de prisión al General Vicente Navarro por falsificar a sabiendas las identificaciones de 30 de los 62 cadáveres y, por otro lado, a un año y medio al comandante José Ramírez y al capitán Miguel Sáez como cómplices de falsificar documento público. "Es una sentencia insuficiente porque no toca la responsabilidad política", lamentaba ayer la joven moralejana a la vez que reconocía que hay una parte grata y es que "el dictamen reconoce que han mentido de forma intencionada".

Hasta el final

A pesar de llevar varios años entre juicios y recuerdos amargos, Yolanda asegura tener fuerzas para seguir luchando. "Aún sigo esperando que Trillo dimita" afirma. Y, sobre la sentencia "posiblemente se recurra, ya que Trillo y su mano derecha, Ugarte, deberían estar imputados", exponía.

Unas fuerzas que le aportan los buenos recuerdos que guarda de su hermano del que habla "como si estuviera vivo", dice, y al que define como un chico alegre, familiar, bromista, bondadoso, aficionado a la pesca, a la bicicleta y amigo de sus amigos a los que les trajo gorros de Afganistán. Precisamente desde allí, habló la última vez por teléfono con su hermana. "Me explicó las malas condiciones en las que vivía el pueblo de allí que no tenían agua y que tuvo que raparse el pelo porque se le había metido la arena en la raíz", comentó como anécdota.