Bajar la persiana con una orden al aire ya es una realidad. También lo es que la nevera te avise cuando tienes que comprar huevos. O que tu planta se riegue sola cuando lo necesite. La tecnología no solo ha dejado de parecer algo remoto y asociado a distopías futuristas, sino que con más frecuencia se introduce abarca más parcelas y se ha colado en casa. Esto es lo que se conoce como el internet de las cosas. El propósito es servir de complemento de lo cotidiano. Igual que el móvil recuerda la hora de despertarse puede hacer lo propio si olvidas el paraguas. La inteligencia artificial gana terreno. Y es imparable.

Cierto es que aún habrá que esperar años para que esta tecnología se incorpore en todos los hogares, pero en Extremadura ya hacen sus pruebas. Los investigadores de Robolab, el departamento de robótica de la politécnica de Cáceres, han dedicado un espacio en la facultad para trabajar en su nuevo proyecto: una casa autómata. El ‘apartamento’ está equipado con una cocina, un salón, sin olvidar el baño. En su interior vive Shelly. El nombre elegido en un principio era Sheldon, pero como la robótica es caprichosa, acabó con el apodo femenino. Media docena de procesadores, treinta metros de cable, voz propia y un brazo articulado -en sus inicios tuvo dos y un simulador de rostro- componen a Shelly, un prototipo diseñado por los ingenieros del área. No es el primero que ponen en funcionamiento. El departamento coordinado por Pablo Bustos suma a su experiencia el oso Ursus que llegó al hospital Virgen del Rocío de Sevilla o a la tortuga Dulce.

Al igual que Shelly, Ursus y Dulce compartían un objetivo: ayudar a las personas. Los tres giran en torno a un punto en común, la ‘robótica social’. Este último proyecto plantea que el robot conozca al dedillo la casa donde se encuentra mediante sensores y a partir de ahí desarrolle tareas para personas dependientes que no puedan servirse por sí mismos. La idea es, según relata Luis Manso, uno de los investigadores, que «la frontera entre el piso y el robot se difumine».

En todo momento, se refieren a este avance como un complemento para mejorar las condiciones de vida, no como un sustituto. «Queremos aprovechar la tecnología para cosas reales», afirma Pedro Núñez, otro de los ingenieros de Robolab durante la visita de EL PERIÓDICO EXTREMADURA a las instalaciones.

Ambos mantienen expectativas pero Manso asume que «habrá que esperar 20 o 25 años para que las casas robotizadas sean una realidad». El principal problema es encontrar recursos económicos. «Es difícil financiar la tecnología porque no es inmediata», añade Bustos.

Lo que si está claro es que las empresas cada vez incorporan más tecnologías en sus instalaciones en lo que algunos acuñan ya como la cuarta revolución industrial. En pocos años casi la mitad de los empleos estarán automatizados. A pesar del debate, los tres investigadores de Robolab están tranquilos. «Desaparecerán empleos, es una realidad, pero se generarán muchos nuevos», alega Manso. «Se necesitará mucha gente que gestione la información de los dispositivos», destaca Núñez.

Privacidad vs comodidad

Aunque es lento, el avance es una realidad. Y que la tecnología se cuele en casa también genera controversias. Por un lado permitirá conocer al detalle comportamientos y ayudar a optimizar el día a día, pero por otro lado, las empresas tendrán acceso a las tendencias de los consumidores con facilidad. Como en una suerte de ‘Gran Hermano’. En cualquier caso, Manso apunta que la realidad es que los usuarios prefieren renunciar a su parcela privada a cambio de facilitar su vida. «Cualquiera renuncia a su privacidad, y yo también, a cambio de comodidades», asevera Manso. Inmersos en esa ola tecnológica frenética e imparable también llega la pregunta del millón ¿la inteligencia artificial superará a la humana? Los tres ingenieros lo tienen claro: el cerebro humano es superable. «La inteligencia humana es superable, es egocéntrico pensar que somos especiales», concluye Manso.