Diez de julio, 12 del mediodía. Practico un deporte con Antonio donde tenemos que estar a pleno sol varias horas. Me cuesta entender que haya días que no se ponga suficiente protección solar. Que se olvide, que le de pereza. En lugar de conseguir que sea responsable y que él mismo lleve su crema para la próxima vez, se la ofrezco. Primer error. De repente le veo sin gorra. "Antonio, ¿y la gorra?". En vez de conseguir que sea él mismo el que se dé cuenta, se lo hago ver yo. Segundo error. "Papá, es que me da mala suerte jugar con gorra". Me enfurezco y me enfado. Me pongo como un energúmeno. Tercer error. Hay una cualidad del ser humano que me gustaría que Antonio tuviera. Me gustaría que supiera generar manías, supersticiones, hábitos que le beneficien o al menos que no le perjudiquen. Antonio está a tiempo y creo que tendrá esta cualidad. Pero quiero que la tenga ya. Cuarto error. Me falta paciencia. Me encantaría que se pusiera la gorra y le diera suerte, pero no sé cómo explicárselo, no se cómo decirle que la suerte en el fondo no existe. Quizás no es cierto. Quizás sea más afortunado decirle que las cosas conseguidas con suerte no tienen apenas valor. Quiero obligarle a que se lea este artículo para que después lo comentemos. Quinto error. Esto de leer este artículo es un rollo, y además obligándole he conseguido poco con él. Eso me gusta de él. Para conseguir que haga algo se debe convencer a sí mismo de que es bueno para él. Antonio me suele "plantar cara" y ya desde pequeño discutía las cosas que no le parecían bien. Llegados a este punto le diré: "¿Sabes lo que te digo? ¡Qué hagas lo que quieras con la gorra!" Sexto error. Y esta secuencia de errores es muy común cuando me dispongo a dar consejos. Y es que cada hijo, cada alumno, cada colaborador necesita que le aconsejes de una forma diferente. Ya te contaré que pasó con la gorra. Y tú, ¿has analizado tus manías? ¿Te perjudican?