Ricardo Ortega, el periodista español que murió asesinado en Puerto Príncipe en el 2004, había dicho que en el mundo hay muchas zonas cero, lugares donde la tragedia golpea y los muertos se cuentan a millares pero no reciben ni una mínima parte de la atención mediática que suscitaron los atentados del 11-S.

El sabía que Haití era una de esas zonas cero olvidadas. Y aunque hoy el mundo mire a Haití, con 80.000 haitianos ya enterrados en fosas comunes, sus palabras merecen revivir.

Es fácil aventurar que no habrá ceremonias, vigilias, torres de luz, alcaldes y dignatarios, música y lectura de nombres, cámaras y retransmisiones en directo en homenajes de recordatorio de las víctimas en los aniversarios del 12 de enero en Titayen.

Aquí, en los pies de una de las montañas deforestadas que desde la ciudad se ven como un paisaje más propio de una zona desértica que de una isla caribeña, el Estado ha ubicado una de las fosas. Miles yacen ya bajo la tierra, amontonados, sin identificar. Los agujeros ya excavados esperan la llegada de más.

EL PROXIMO CAMION Esta mañana, los trabajadores dormitan en las dos máquinas excavadoras que esperan el próximo camión que echará en esos agujeros a niños y ancianos, mujeres y hombres.

Pero Esther Vixamarre mueve un poco la cabeza cuando ve llegar en moto a dos periodistas. Lleva allí dos días, moviendo la pala de la excavadora amarilla primero para arrancar de la tierra esos ataúdes masivos, después para volver a taparlos.

"Ayer llegaron muchos, muchos", dice sin atreverse a calcular lo que estimaciones oficiales cifran en 10.000 personas enterradas al día. "Hoy estamos esperando, pero alguno llegará, de día o de noche".

Vixamarre trabaja para el Centro Nacional de Equipamiento (CNE) haitiano, cuya maquinaria pesada se ve estos días por la ciudad, y ahora también en estas colinas al norte de Puerto Príncipe. Pero nadie del Gobierno viene cuando esos camiones hacen sus hediondas descargas. Las únicas fotos que algún día igual permitirían a alguien identificar a un familiar son las de la prensa.

Esther prefiere no pensar en su trabajo, no sentirlo. Ella sí que ha visto el horror, lo ha olido, y parece que se le ha quedado dentro por los gestos que hace. Pero tiene ya demasiados problemas propios.

"Mi madre ha muerto, mi padre ha muerto, estoy sola, totalmente sola", dice esta mujer de 31 años con voz temblorosa y ojos aguados. Quizá ella encontró a sus familiares entre los escombros y pudo llevarlos a un cementerio para darles un entierro más digno, o quizá no. Moralmente se hace imposible preguntar.

En el camino de regreso a la capital, el azul del Caribe compite con el del cielo. Pero los bordes de la casi desierta carretera están llenos de cascotes traídos desde edificios derruidos, entre los que rebuscan niños, jóvenes y ancianos.

Precisamente esa búsqueda intensa dio ayer una nueva alegría, uno de esos rescates que los especialistas califican de "milagrosos". Fue el de una niña de 11 años, que se recupera ahora en un hospital de Puerto Príncipe. Con este último rescate, los 43 equipos de internacionales han salvado a 121 personas.