A 15 días de la reunión del G-8, que por decisión de Silvio Berlusconi se celebrará en L´Aquila como gesto simbólico de solidaridad hacia los 300 muertos y las 30.000 personas que viven en campamentos provisionales desde el terremoto de abril en los Abruzos, los habitantes de la región llevaron ayer su cólera ante el Parlamento de Roma, que empezó a debatir sobre la reconstrucción. Los damnificados protestan por el centralismo con el que se dirige de la reconstrucción, la marginación de los alcaldes (la mayoría de izquierdas) y las promesas hechas por televisión y no cumplidas. Se trata de un cóctel que podría transformar la cumbre, pensada como una vitrina solidaria, en un bumerán para el Gobierno.

Duros y amables, pero no tontos. Una pancarta con esta frase abría la manifestación de los alcaldes de la región de los Abruzos que, acompañados de unos 1.000 ciudadanos, atravesó el centro urbano. Llegados a Roma en 20 autobuses, se instalaron frente al Congreso, donde plantaron unas tiendas de campaña, como en las que viven los damnificados desde que el seísmo del 6 de abril destruyó el centro histórico de L´Aquila y unos 49 pueblos. El principal informativo de la RAI ignoró la protesta.

La marcha, con los alcaldes envueltos en banderas nacionales encima de las camisetas a causa del calor bochornoso, había sido convocada boca a boca, porque el Gobierno conservador ha prohibido llamamientos públicos, así como asambleas, reuniones y uso de altavoces, en los 180 campamentos provisionales.

AL LIMITE La mitad de los 30.000 damnificados tienen más de 65 años. "La verdad es que hemos llegado al límite, si alguien explota se pondrá en marcha una reacción que nadie imagina", explicaron los alcaldes.

La manifestación de ayer es la segunda que realizan los damnificados, cuyos comités celebran sus reuniones en la calle, a causa de las prohibiciones.