Esta vez Berlusconi lo tiene difícil. Porque se le han abierto varios frentes políticos a un tiempo y no está claro que vaya a poder apaciguarlos todos. Obligando a dimitir a Aldo Brancher solo ha dado el paso más fácil, porque ese desprejuiciado personaje logró el cargo de ministro únicamente porque era amigo suyo. El resto es más complejo. De un lado, el ministro de Economía, Giulio Tremonti, muy bien valorado por los empresarios, amenaza con irse si Berlusconi no para a quienes critican su plan de austeridad y a la clase política del sur, a la que él no ha dudado en llamar "sinvergüenza" porque gasta sin freno y no invierte, frente a lo que hacen sus colegas del norte. De otro, corre el riesgo de que un sector de la mayoría vote en contra de su ley destinada a impedir que se publiquen las escuchas telefónicas ordenadas por los jueces.

Además, tiene en pie de guerra a Gianfranco Fini, que no solo está detrás de todos los líos citados, sino que también amenaza con crear un partido propio. Por último, la Liga del Norte critica que el federalismo esté avanzando muy poco.

Muchos analistas italianos coinciden en que Berlusconi no tiene más remedio que negociar en todos los frentes y hacerlo esta misma semana. Algunos añaden que, por mucho que pastelee, lo tiene complicado. Y también que, en el mejor de los casos, solo conseguirá un apaño provisional.

El único que aparece tranquilo en esta barahúnda es el propio primer ministro. Seguramente porque sabe disimular mejor que nadie. Pero también porque controla un instrumento decisivo: el de provocar una crisis de Gobierno e, incluso, unas elecciones anticipadas. Porque las volvería a ganar frente a una oposición de centro-izquierda que sigue ausente. La incógnita es qué pasará cuando Berlusconi no se presente. Y todo indica que la agitación de estos días tiene mucho que ver con eso.