Los coches avanzan a toda prisa por la carretera costera que une Sidón y Tiro, procurando que el exceso de velocidad no les impida sortear los gigantescos socavones en el asfalto provocados por las bombas de la aviación israelí. Son muy pocos los vehículos que se dirigen hacia el sur, pero, en cambio, son multitud los destartalados vehículos Mercedes y las camionetas que viajan en dirección norte, repletos de pasajeros y cargados hasta los topes con colchones, otros enseres domésticos y hasta animales.

Colgando de las ventanas, de las antenas de radio o de las ventanas de los vehículos, pañuelos, trozos de tela o sábanas blancas, una suerte de señuelo para evitar que la aviación israelí les tome desde el aire por un objetivo militar durante el largo viaje hacia el norte, viaje que obligatoriamente estará lleno de rodeos debido a las infraestructuras inutilizadas y en el que deberán invertir entre tres y cuatro veces más del tiempo habitual.

Más de 10 bombardeos

"La situación empeora; la noche ha sido tranquila, pero durante el día he podido contar hasta 10 bombardeos en la periferia de Tiro", explica, señalando las colinas cercanas, un miembro de la ONU que pide no ser identificado. Este hombre formaba parte del reducido personal de Naciones Unidas que intentaba ayer poner un poco de orden en el puerto de Tiro y culminar la evacuación en dirección a la isla de Chipre de civiles y miembros de la organización internacional a bordo de un transbordador que había fondeado junto al puerto y al que los buques de guerra israelís habían permitido traspasar el bloqueo naval. "Hagan el favor de ponerse a un lado los niños y las mujeres, y los hombres al otro; les prometo que todos ustedes serán evacuados", no cesaba de gritar a la concurrencia, aunque sin mucho éxito.

Muchos aspirantes a la evacuación se habían quedado impotentes en el exterior del recinto portuario sin poder embarcar, con el pasaporte en la mano, entre forcejeos verbales con militares libaneses que protegían la entrada. Es el caso de Alí Yasín, un palestino residente en Dubai al que la guerra pilló de vacaciones en Tiro, visitando a la familia. "Aquí hay racismo; sólo dejan pasar a quienes tienen pasaportes extranjeros", se queja. En el interior, el personal de la ONU se encoge de hombros y dice no saber nada de discriminaciones. "No somos nosotros los que decidimos quienes son evacuados; nuestra prioridad es el personal de la ONU, pero los demás evacuados dependen del servicio de inmigración libanés", se justifica uno de ellos.

Poca, muy poca gente se atrevía ayer a deambular por las calles de Tiro. Su coqueta ensenada, que acoge a un pequeño puerto y a un espléndido paseo para turistas a medio asfaltar, presentaba a mediodía de ayer un aspecto fantasmal, pese a que la alta temperatura, el sol, y la mar en calma invitaban al baño y a la relajación. Una ciudadana rusa que regenta un bar del puerto y que prefiere no decir su nombre se movía nerviosamente y no alcanzaba explicar con coherencia si prefería quedarse o ser evacuada. "No me creo mejor que los demás, pero si tengo la oportunidad de salir, saldré", apunta. Tiene 42 años y critica con dureza el pánico desatado. "Hay que mantener la calma por los niños", advierte con su hijo en brazos.

El hospital Jamal Amel es uno de los pocos lugares de Tiro donde ayer todavía existía una actividad febril. Su director, Ahmed Mroue, relata cómo, desde el inicio de la ofensiva israelí, ha tratado ya a 227 heridos y ha recibido a una veintena de muertos. "Todos las víctimas --subraya con un gesto de indignación-- son civiles, y entre los muertos hay 12 niños con edades comprendidas entre los tres meses y los 11 años".

Pese a la creciente intensidad de los ataques, el número de muertos y heridos que llegan a las puertas de Jamal Amel se ha reducido en los últimos días, y para explicar esta paradoja ofrece varias razones. "No hay caminos, los ataques aéreos hacen peligroso el traslado de heridos y las ambulancias no dan a basto, sólo hay seis o siete de la Cruz Roja y otras seis o siete de la Defensa Civil; muchos heridos se quedan en los pueblos", se lamenta.

El hospital comienza a padecer la escasez de suministros. "Si no recibimos pronto suministros, en un plazo de 10 días no podremos seguir curando; nos estamos quedando sin narcóticos", implora. En el hospital Bachour, otro de los centros de Tiro con heridos de guerra, la escasez de material es más preocupante. "Desde hace dos días no recibimos medicinas; necesitamos suero y antibióticos", asegura Antoine Hallaj, su director.

Entre las víctimas de los bombardeos hospitalizadas en Tiro hay varios supervivientes de una masacre en Srifa, --que el miércoles provocó la indignación del Gobierno libanés-- incluyendo a Alia Ala´-Eldin, una mujer de pronóstico muy grave con respiración asistida. "Tiene una hemorragia cerebral con fractura de cráneo", dice su médico.

Sidón, a unos 40 kilómetros al norte de Tiro, es la primera ciudad donde los desplazados del sur se sienten en seguridad. "Ya hay más de 7.000 personas viviendo en las escuelas y en las universidades de Sidón, sin contar a la gente que se ha instalado en casas de familiares", detalla Ahmed Alí, de la ONG local Ayuda Popular para la Asistencia y el Desarrollo, mientras recolecta enseres para los desplazados.

Y es que para los habitantes del castigado sur del Líbano sólo existe una certeza: lo peor de la ofensiva israelí está aún por llegar.