Una joven recoge furtivamente un oso de peluche perdido y se aleja discretamente, con el rostro destruido por el dolor, en medio de las ruinas de los edificios de Burmedés, una pequeña localidad balnearia que resultó parcialmente destruida el pasado miércoles por la noche por un tremendo seísmo que asoló Argelia.

Los equipos de socorro argelinos intentaban ayer desesperadamente rescatar de entre los escombros, con medios irrisorios, a las víctimas del terremoto de esta ciudad situada a sólo 50 kilómetros al este de Argel, la capital del país, y de las localidades vecinas.

VANOS ESFUERZOS

"Estamos aquí porque son nuestros vecinos, nuestros padres, nuestros amigos y tenemos que intentarlo todo", afirma, en un tono cansado, Alí, arrancando a mano algunos cascotes, sin demasiada ilusión puesta en el objetivo de sus esfuerzos. Pertrechados con palas y picos, miembros de protección civil y militares --ayudados por las familias de los desaparecidos o de sus amigos más jóvenes-- parecen impotentes ante estos edificios aplastados en pocos minutos. Sepultadas bajo toneladas de cemento, las casas encierran a numerosas víctimas, cuyo destino quedó sellado desde el primer instante de la terrible sacudida del miércoles por la noche.

TERRIBLE CATASTROFE

A la vista de la cantidad de casas que han quedado destruidas en Burmedés, donde se alineaban bloques de inmuebles con alturas de 5 o 15 pisos, da la sensación de que el balance oficial dado por el Gobierno argelino de personas fallecidas quedaba desgraciadamente corto y de que este terremoto se convertirá en una de las peores catástrofes ocurridas en Argelia desde el año 1980. En esa fecha, otro seísmo causó 3.000 muertos en la ciudad de Chlef, 200 kilómetros al oeste de Argel.

Muy pocos mantenían ayer la esperanza de encontrar un superviviente en estas carcasas comprimidas al máximo. Pero esta falta de esperanza no impedía que las familias intentaran lo imposible, permitiendo a algunos recuperar objetos queridos. "Nos hemos convertido en pocas horas en mecánicos e intentamos un imposible que no se realizará", afirmaba un antiguo inmigrante en Francia, que se preguntaba por qué su edificio, a sólo unos metros de este lugar, pudo escapar a la destrucción.

FRAUDE

"Tal vez nos encontremos ante un problema que conocemos bien en Argelia. Para ganar dinero, la seguridad ya no cuenta para nada. Para lograr el dinero estamos dispuestos a todo y a escatimar en la calidad de las construcciones", no dudaba en afirmar este inmigrante, que decidió vivir sus años de jubilación a orillas del Mediterráneo. "Es un Lego mal ordenado", añade, desengañado ante el espectáculo impresionante de estas decenas de edificios destruidos o ya inhabitables de 1.200 o 1.100 viviendas, encarados en fila en una colina u otra.

A algunos kilómetros de aquí, en otra colina vecina, el pequeño pueblo de Corso, con un paisaje todavía con reminiscencias coloniales plagado de pequeñas calles floreadas y arboladas, ofrece el mismo espectáculo de desolación. Decenas de casas quedaron destruidas por el seísmo y los escombros alfombran las calles ante las casas reventadas.

Los jóvenes de este pueblo reclamaban la atención de los periodistas que se desplazaron hasta el lugar para gritarles furiosos: "No nos dan medios", en referencia a la ayuda oficial durante estas primeras horas posteriores a la tragedia.