La ciudad santa elige hoy a su nuevo alcalde entre cuatro candidatos judíos: tres laicos y un ultraortodoxo. Los votantes deciden si quieren que el poder siga en manos de los fundamentalistas religiosos o bien retorne a los laicos. Pero gane quien gane, se enfrenta a una difícil misión: devolver el atractivo a Jerusalén para que cese el éxodo de jóvenes y trabajadores cualificados.

La coyuntura es crítica. "Durante años, el Estado ha desatendido la ciudad. Hoy vive su peor decadencia desde los tiempos otomanos", escribía ayer en Haaretz el historiador israelí Tom Segev. Esta regresión se aprecia en la extendida miseria: un tercio de sus 750.000 habitantes son pobres. Además, según una encuesta: hay poco trabajo; la vivienda es escasa y cara; el tráfico, insoportable; los servicios de limpieza, un desastre; y la oferta de ocio, pírrica.