Ni los helicópteros, ni el despliegue policial, ni el recurso al toque de queda lograron atajar la revuelta de los suburbios de las ciudades francesas tras 16 noches consecutivas de violencia. La preocupación cundió en la policía tras la extensión de los ataques, básicamente centrados en la quema de coches, a nuevas ciudades de provincias y la existencia de "bolsas de resistencia".

Michel Gaudin, director general de la Policía Nacional, ofreció ayer el barómetro diario del pulso entre los violentos y el Gobierno, lanzado a la toma de medidas de urgencia sin precedentes. Los datos sólo dan un respiro: en el extrarradio de París, donde empezaron los disturbios el pasado 27 de octubre, la cifra de vehículos quemados volvió a descender: 86 contra los 111 de la noche anterior.

El resto eran malas noticias para el Gobierno de Dominique de Villepin. La violencia subió de tono en los departamentos alejados de París, donde se quemaron el viernes 416 coches frente a los 352 del día anterior. Los suburbios de Lille, Toulouse, Estrasburgo y Lyón vivieron una noche agitada. Incluso en ciudades bajo el toque de queda para los menores como Amiens, un grupo dejó sin luz varios barrios tras desactivar un transformador.

GASES LACRIMOGENOS Tras una noche con 101 vehículos en llamas, Jean-Pierre Lacroix, prefecto del Ródano, decretó el toque de queda hasta el lunes por la mañana en 11 comunas del departamento, el séptimo que se suma a esta medida de excepción aprobada tras el estallido de los incidentes en la periferia de París. Lyón, capital del departamento y tercera urbe de Francia, también impuso el toque de queda para los menores, pero a media tarde estallaron altercados entre jóvenes y policías en el centro histórico. Los antidisturbios dispararon gases lacrimógenos contra los que les arrojaban piedras y botellas, y la refriega obligó a cerrar la feria del libro de la plaza Bellecour.

El viernes, en plena hora de la plegaria, un individuo en moto lanzó dos cócteles molotov contra la mezquita de Carpentras, donde había unas 20 personas, y sólo causó leves daños materiales. El presidente francés, Jacques Chirac, expresó su solidaridad con la comunidad musulmana, mientras que el ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, tachó el ataque de "indigno e inaceptable". La reacción oficial fue inmediata, ya que la agresión sufrida el 31 de octubre por la mezquita de Bilal, en Clichy-Sous-Bois, fue objeto de una intensa polémica. A estas alturas, abrir una brecha racista o religiosa atizaría el conflicto.

El Ejecutivo de Villepin, en cambio, superó la primera prueba del fin de semana, cuyo escenario era París. El escaparate de Francia estaba en estado de alerta ante el temor a ser el escenario de la violencia de los habitantes de los suburbios, incitados a marchar sobre la ciudad a través de internet y de SMS.

TENSION EN LA CAPITAL Vigilada por los ojos y las armas de 3.000 policías, 600 de ellos antidisturbios, la capital vivió bajo lluvia y frío el primer día de prohibición de "reunión con objetivo de provocar o realizar desórdenes en la calle y en lugares públicos". Esta medida, incluida en la ley de 1955 recuperada por el Gobierno, está en vigor hasta las ocho de esta mañana.

Los turistas se movieron ayer por la Torre Eiffel ajenos al despliegue policial, visible también en lugares como los Campos Elíseos y la Bastilla, así como en los andenes, los vagones y las salidas de los trenes de cercanías. Muchos alemanes ondearon con prudencia sus banderas por la ciudad antes de asistir anoche al partido entre su selección de fútbol y la de Francia, que tuvo lugar en el Estadio de Francia, en Saint-Denis, uno de los polvorines de la revuelta, controlado por 300 policías.