A sus 66 años y a pesar de estar jubilado, Jaime Inácio da Silva sigue trabajando duro. Le gustaría terminar su casa, pero el dinero no le alcanza ni para comprarse una nueva nevera. Para colmo, su hija está en paro. Jaime Inácio da Silva se levanta a las cinco de la mañana y va en autobús a una empresa metalúrgica en San Bernardo do Campo, en la periferia paulista.

Mientras viaja, sólo escucha lamentos. La gente se queja, dice que el tiempo pasa y que las ilusiones se las lleva el viento. A Jaime Inácio da Silva le gustaría decir que no, que eso no es cierto, pero lo detienen varias cosas: tal vez el pudor, su sentido de la realidad o el simple hecho de que se trata del hermano mayor del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que cumple su primer año de mandato. Todavía cree que su vida y la de millones de personas como él pueden ser mejor con el Partido de los Trabajadores. Por si acaso, Jaime no pone todos los huevos en una misma cesta y juega a la lotería tres veces a la semana.

La familia de Lula no tiene abolengo ni siquiera de prestado. Una investigación del semanario Epoca muestra que todos los parientes del jefe del Estado padecen los rigores de un país que sale lentamente de la recesión. Con todo, el presidente y su Ejecutivo mantienen un alto nivel de apoyo ciudadano. Según el diario Folha de Sao Paulo, su popularidad sufrió una leve oscilación y descendió del 45% al 42% en tres meses.

UN CARNET PARA COMER

En algunos casos, como María José de Melo, prima hermana de Lula, el único beneficio obtenido es un carnet del programa Hambre Cero, con el que da de comer a sus cuatro hijos sin trabajo. Hambre Cero está dirigido a unos 50 millones de personas que ganan menos de un euro diario o viven en niveles aún más bajos de pobreza. Más del 70% de los habitantes del noreste de Brasil ganan esa cantidad o menos.

En el Sao Paulo obrero, donde vive Frei Chico, el índice de pobreza es del 14%. Chico es el hermano de Lula que en 1968 lo introdujo en el mundo sindical. Hace meses que pide a los hombres que controlan la agenda de Lula que le hagan un hueco para verse con los Da Silva. Lula sólo va a tener información fidedigna del país si conversa con personas que están fuera del aparato de Gobierno.

Los informes dicen que Brasil ha cumplido con holgura la última meta trimestral acordada con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El superávit inicial indispensable para pagar la enorme deuda pública fue de 1.500 millones de euros (249.000 millones de pesetas), superior al previsto en virtud del duro ajuste fiscal que casi devora hasta el dinero de los planes sociales.

A su modo, Ruth Ferreira de Mendes, la hermana menor de Lula, sabe lo que es no contar con recursos. Trabaja en una escuela de la periferia de Sao Paulo. Todos los días, a las seis y media de la mañana, empieza a cocinar el potaje de 130 alumnos. "A mí me maltratan en la cola del banco porque soy pobre. Por eso, si Lula mejora la vida del pueblo, mejora la de mi familia", dijo.

El pasado viernes, un enfurecido Lula acusó a sus antecesores de "cobardes" por no realizar la política que pide la sociedad. Al verlo en la televisión, su tía Guillermina rezó con más fuerza de lo acostumbrado. Tiene una foto de su sobrino en su casa de Pernambuco y la bendice todos los días.

Es posible que a la tía Guillermina no le gusten las imitaciones del presidente brasileño que en la televisión O Globo hace Claudio Besernab Vianna (Bussunda), uno de los actores del grupo humorístico Casseta & Planeta, que unos 40 millones de brasileños disfrutan todas las semanas a modo de catarsis.

El CHE VIVE

Casseta dispara sus dardos hacia la derecha y la izquierda sin piedad. En los próximos días estrena su primera película La tasa del mundo es nuestra, en la que un tal Vladimir Ilich Stalin Tse Tung Guevara descubre que el Che no ha sido asesinado en Bolivia y vive de los derechos de autor.

La historia, sugiere la revista Primeira Leitura, parece un comentario político sobre el presente: hasta los personajes libertarios caen en la farsa. Dudinha, primo hermano del jefe del Estado, está convencido de que eso es insultante. Trabaja de camionero y lo defiende a capa y espada. Pide que le den tiempo. "En este país --se queja-- si Jesucristo entra en política, al día siguiente ya están hablando mal de él".