El 22 de julio, la muerte en Londres del brasileño Jean-Charles de Menezes abrió la polémica sobre la táctica de la policía británica de disparar a matar a los sospechosos de ser terroristas suicidas, y a su vez resucitó el debate de si la obsesión por la seguridad amenaza el régimen de libertades civiles. El 8 de julio, Mahyub Asi, un adolescente palestino de 16 años, murió en Cisjordania después de que un guardia de seguridad privado israelí que custodia las obras del muro pensara que iba a cometer un atentado. Según los testigos, Mahyub iba a jugar a fútbol. Su muerte no abrió debates.

"La estrategia de disparar a matar no es una táctica israelí", aclaró, para evitar comparaciones que le debían de parecer odiosas, la jefa de la policía del Sur de Gales, Barbara Wilding. Pero el caso es que Europa debería estudiar en profundidad el caso israelí. Más allá de si se considera la lucha palestina un movimiento de liberación nacional o terrorismo puro y duro, hay un dato objetivo: desde 1993 Israel ha sufrido 130 atentados suicidas. Como consecuencia, la seguridad se ha convertido en un objetivo per se que, en el mejor de los casos, dificulta la vida diaria y, en el peor, recorta las libertades de los ciudadanos a proteger.

Según estimaciones de expertos, el Estado hebreo gasta entre el 1,5 y el 3% de su producto interior bruto en seguridad civil.

Armas por todas partes

En las calles de Israel, las armas son omnipresentes, ya sean de policías uniformados o de civil, de militares o de los guardias de seguridad privados que están a las puertas de todos los lugares públicos. Estos guardias registran a todas las personas que entran en los establecimientos que protegen, incluido un chequeo con un detector de metales. Suelen cobrar tres euros la hora, y algunos han muerto cuando un suicida ha estallado a la entrada del local.

La presencia policial es abrumadora, así como los controles en carreteras y calles. Salir o entrar del país por el aeropuerto de Ben Gurion o por las fronteras terrestres implica pasar un interrogatorio que puede prolongarse horas, además de un exhaustivo registro de maletas y efectos personales. Este gran despliegue en Israel se complementa con la política de mano dura en los territorios ocupados: puestos de control, asesinatos selectivos, ocupaciones militares, toques de queda, detenciones masivas, una gran red de colaboracionistas, destrucción de casas, castigos colectivos contra la población civil palestina y el último invento : el muro.

"Toda la seguridad por la que pasamos en Israel es imprescindible. Tras lo de Londres, el mundo se va a dar cuenta de por qué hacemos lo que hacemos", dice Chedi, una israelí de Tel-Aviv. "El dispositivo de seguridad cuenta con el apoyo sin fisuras de la población", opina Shlomo Dror, del ministerio de Defensa israelí.

Pero este sistema policial tiene lados oscuros. "Cinco décadas de conflicto han llevado a la mayoría de israelís a aceptar perder privacidad y algunas libertades civiles a cambio de seguridad", explica Dror. Tener aspecto de árabe --en un país donde hay un millón y medio de árabes israelís-- es sinónimo de sospechoso, sin que el componente racista de esta apreciación levante ninguna polémica. En general, los extranjeros sufren una mayor atención por parte de las fuerzas de seguridad que los israelís, sobre todo en las fronteras.

Interrogatorios surreales

Los interrogatorios en el aeropuerto de Ben Gurion van más allá de la estricta seguridad del vuelo y, en muchas ocasiones, se convierten en surrealistas situaciones que pueden acabar con un turista en ropa interior y que incluyen preguntas personales del tipo de con quién durmió el pasajero la noche anterior. Hay miles de casos desagradables. Por ejemplo, tras un exhaustivo interrogatorio, a una ciudadana europea le prohibieron subir al avión compresas, un libro y tarjetas de visita "por motivos de seguridad". En cambio, en el aeropuerto londinense de Heathrow apareció un israelí colono de Gaza procedente de Tel-Aviv en un vuelo de El Al con una pistola en la sobaquera. Pasó todos los controles.

Y, pese a todo, Israel sigue sufriendo atentados suicidas. Tal vez la lección más importante que Occidente puede sacar de Israel es que centrar los esfuerzos en seguridad limita daños, pero no soluciona el problema.