En una guerra que no ha generado el temido flujo de refugiados que se preveía, hay medio millar de personas que viven en tiendas de campaña de la Cruz Roja en pleno Bagdad, en el barrio de Habibia. Son palestinos, y se han quedado sin hogar no a causa de los bombardeos, sino por el vacío de poder que existe en Bagdad desde la caída del régimen de Sadam. Los han expulsado sus caseros iraquís.

"Los iraquís odian a los palestinos. Sadam ordenó que se nos respetara, pero ahora que ha sido derrocado, nos han atacado", explica Maluf Dusham, de 53 años, un habitante del campo de refugiados.

Habibia es una pequeña Palestina. En ella viven parte de los 30.000 palestinos que se calcula que llegaron a Irak cuando fueron expulsados de su tierra en 1948, incluidos sus descendientes. Por eso, la mayoría tiene sus raíces en una ciudad tan israelí, ahora, como Haifa. Son parte de esos refugiados cuyo derecho al retorno se ha convertido en uno de los principales escollos de cualquier negociación de paz entre israelís y palestinos.

A pesar del dinero que ha repartido Sadam entre las víctimas de la Intifada --o tal vez por ello-- y de sus incendiarias proclamas contra Israel, los palestinos --como ocurre en otros países árabes-- no son bien recibidos en Irak. La población tiene prejuicios contra ellos --algunos basados en la realidad, como su participación en bandas de ladrones--, y no olvida su apoyo a Irán en la guerra que enfrentó a ambos países. El Gobierno, tan solidario con sus compatriotas de Gaza y Cisjordania, jamás les dio la nacionalidad iraquí ni les permitió tener propiedades. Son extraños en una tierra extraña.

90 TIENDAS

Bajo el sol de Bagdad, unas 500 personas --entre ellas, niños de entre 1 mes y 3 años-- viven en 90 tiendas instaladas por la Cruz Roja, y la cifra aumenta en una ciudad sin servicios ni trabajo, y que es más hostil que nunca para los palestinos. "Las casas las alquilaba el Ministerio del Trabajo, pero al caer el régimen los propietarios han expulsado a las familias para arrendarlas a iraquís o venderlas", explica Amuar al Sheij, responsable del campo.

Al Sheij se lamenta de que el hecho de ser palestinos hace más difícil la situación de los refugiados. "Esta gente no tiene futuro. No tienen ni una embajada que se encargue de ellos, y los israelís no permiten su regreso a Palestina. No tienen a dónde ir, y las cosas no cambiarán con el nuevo Gobierno", afirma. El campo se ha organizado como se ha podido. Hay un comité de Sanidad, otro de Seguridad y uno logístico, que se encarga de la limpieza, de conseguir generadores eléctricos y de suministrar agua.

Iman Idid Amer es el médico que atiende a los refugiados. "Atiendo entre 100 y 180 pacientes al día, la mayoría de enfermedades de piel y diarreas", explica Idid, que se queja porque sus pacientes no pueden conseguir las medicinas recetadas. En ningún lugar del mundo es fácil ser palestino.