Andrew entrega un sobre con seis entradas para el estadio olímpico a cambio de 1.000 yuanes (10 yuanes equivalen a un euro) cada una. Le habían costado 400. "No me dedico a esto, me basta con un beneficio razonable. Otros piden 20 veces el precio original", explica el joven australiano. La transacción se cierra en la concurrida cafetería de un lujoso hotel de Wangfujing, en el centro de Pekín. El mayor billete chino en circulación es de 100 yuanes, así que los abultados fajos sobre la mesa dan un irresistible aroma mafioso a la escena.

Pekín ha publicitado una lucha decidida contra la reventa: las entradas para las ceremonias de apertura y clausura son nominales, se vendieron un número limitado de entradas por persona y la policía patrulla en los aledaños de los estadios. Y sin embargo, los revendedores son ubicuos. La oferta se publicitaba los primeros días a gritos o en impúdicos carteles frente a las puertas de las sedes de atletismo o natación. Hoy prima la prudencia, los corrillos de baja voz, pero quien busca una entrada con el bolsillo forrado no encuentra problemas. Por ver zambullirse desde el trampolín a la megaestrella Guo Jingjing se pagaban 4.000 yuanes (400 euros), cuando el billete original costaba 150 (15 euros). Las entradas para ver al vallista Liu Xiang se vendían a 5.000 yuanes (500 euros). Ahora son papel mojado. Los turistas estadounidenses pagaron fortunas por compartir la hazaña homérica de Phelps.

China ha detenido a 221 reventas, 31 de ellos extranjeros. La ley estipula para los nacionales multas de 1.500 yuanes y detenciones de 15 días, pero no es improbable que pasen una larga temporada en campos de reeducación por trabajo. Los extranjeros se enfrentan a detenciones de cinco días y la expulsión del país.

Identidades falsas

China repartió el grueso del papel en un sorteo global. Las limitaciones de número se burlaban fácilmente: Andrew solicitó 400 entradas utilizando las identidades de amigos y familiares. Recibió 40, que estos días se afana en colocar. "Los reventas extranjeros conseguimos las entradas por el mismo método", cuenta.

La reventa sería la consecuencia lógica tras el triunfal anuncio de las autoridades: por primera vez en la historia olímpica, todo el papel estaba vendido. La policía sudó el mes pasado para controlar a las 50.000 personas que hacían cola para comprar la última serie de los 6,8 millones de entradas. Sin embargo, algo falla: muchas pruebas no se llenan y algunas se disputan en semiclandestinidad.

Permisividad policial

Un reventa en la cárcel no coloca entradas, lo que aumenta el número de asientos vacíos. A China se le plantea el dilema: ignorar una práctica que surte de espectadores, o seguir soportando críticas por unos Juegos del pueblo pero sin el pueblo. A juzgar por lo que explicaba Jiang en los aledaños del Nido, las autoridades han profundizado en la vía pragmática que inaugurara Deng Xiaoping al asegurar que el gato debía cazar ratones: "Ha habido alguna redada puntual, pero la policía deja bastante margen. Espero que siga así".