Extremadura se convierte este martes 9 de mayo, día de Europa, en el centro del europeísmo, en el orgullo de una nueva ciudadanía que hemos crecido en un proyecto que construía puentes y derribó muros. Los Premios Carlos V son un reconocimiento a quienes lo han llevado a cabo, a quienes pese a las dificultades creyeron en un sueño común que nos mejoraba y seguramente no fue fácil.

Son el momento perfecto para recordar que Extremadura ha ido creciendo como una sociedad cosmopolita asumiendo sus retos con un arraigo profundo a sus raíces y tradiciones pero también con una vocación europeísta y tolerante. La entrada en la Comunidad Europea nos condujo a la construcción de una región más comunicada y conectada al exterior pero aún necesitamos a Europa como eje vertebrador de nuestro progreso, seguimos sin converger en igualdad.

Me sorprende por ello, la mirada tibia a los resultados electorales en Francia, de quienes hablan con tópicos e indiferencia ante un escenario que como demócratas debía inquietarnos en favor de una mayor unidad. Bajo el eslogan «todos son iguales», en el contexto de la simplificación en el que la oración simple se ha impuesto sobre la compuesta, donde los matices desaparecen y las explicaciones resultan molestas, los extremos se tocan y comparten un espacio que jamás fue el común europeo.

¿Alguien imagina que Francia saliese de la Unión Europea bajo un gobierno fascista? ¿Extremadura cómo se vería afectada?

Quizá deberían responder los mismos que indicaban que Hillary y Trump eran retratos idénticos y hoy nos encontramos ante un mundo un poco peor: miles de estadounidenses sin cobertura sanitaria, cierre de fronteras en función del país de origen o el juego diario de la guerra.

Europa tiene que volver a convertirse en referente social con los mismos valores que la construyeron. La crisis social en el alma de Europa ha provocado fenómenos populistas que apelan a la nostalgia y no a la esperanza porque la esperanza puede defraudar y la nostalgia no, sin reparar que de la esperanza se nace y la nostalgia está muerta.

Europa no puede consentir la desigualdad en su seno, entre su ciudadanía, esa debe ser la prioridad, pero solo lo podremos hacer desde dentro, desde la creencia que Europa es nuestra mejor apuesta. Seguramente ni sea perfecta ni corresponda al sueño exacto de todos pero los sueños en silencio y a solas en política son sueños estériles.