TRtecién elegido José María Aznar como presidente de Gobierno, en 1996, preguntaron a Xabier Arzalluz por el escaso carisma del nuevo mandatario. Con sorna, el entonces presidente del PNV respondió que José María Aznar no tenía por qué preocuparse, que cuando uno gana unas elecciones inmediatamente se le pone cara de carisma.

Rajoy lo sabe bien. Llega al Congreso del PP en Sevilla en unas condiciones que sólo un hombre muy optimista podría haber imaginado hace cuatro años. ¿Se acuerdan del Congreso de Valencia de 2008? ¿Recuerdan aquel artículo demoledor de Gabriel Elorriaga , entonces secretario de comunicación del partido, afirmando que el PP tenía proyecto y equipos, pero que necesitaba un liderazgo renovado, sólido e integrador que Rajoy no estaba en condiciones de ofrecer? ¿Se acuerdan de los amagos de Juan Costa y Esperanza Aguirre --"me presento, no me presento"-- sondeando las posibilidades de disputarle el sillón a su líder? ¿Y de los medios que hoy ensalzan a Rajoy como gran estadista pidiendo su cabeza dada su incapacidad para llevar de nuevo a su partido al poder?

No lo tumbaron, pero hicieron mella. Rajoy ganó aquel difícil congreso con la holgura con la que suelen ganar los candidatos únicos. Pero salió de aquel cónclave como el presidente con menos apoyo doméstico desde la refundación del partido en 1989. Y tuvo que soportar una inercia de luchas fratricidas que se saldaron con sonadas renuncias, como la de la dirigente popular vasca María San Gil .

Pero los tiempos han cambiado. Aquel dirigente tocado es hoy presidente del Gobierno, sus grupos parlamentarios controlan las dos cámaras con mayoría absoluta y dirige un partido que ha alcanzado cotas de poder territorial desconocidas en nuestra historia democrática. Nadie se atreverá a toserle ni a discutir la dirección que le plazca configurar. Rajoy disfrutará de un congreso fácil y de una ciudad y de una tierra que tienen un color especial que quizás cambie a partir del 25 de marzo.