Confieso que, de primeras, no le doy mucho pábulo a lo del complejo de ocio en La Siberia extremeña. Llámenme descreído. Acúsenme de aguafiestas. Pero no lo veo. Y no lo veo porque, mientras escucho a miembros del gobierno de la Junta de Extremadura hablando de la necesidad de aprobar nuevas leyes ‘a la carta’ para el establecimientos de algún futurible proyecto de complejo de ocio, me vienen a la mente ecos de otro tipo de proyectos, que se vendieron a bombo y platillo, cuando se acercaban las elecciones, y que, al final, acabaron en agua de borrajas. O de otros que salieron adelante, y se han demostrado antológicas chapuzas, como el complejo isla de Valdecañas.

Pero también me vienen al recuerdo la cantidad de proyectos de este tipo que se han anunciado en toda España, y que finalmente no han llegado a buen puerto. El que más les sonará, sin duda, será el famoso Eurovegas, que el magnate Sheldon Adelson planeó instalar en la Comunidad de Madrid.

Pero no fue el único, porque el grupo estadounidense Cordish planteó otro en la misma región, que, también, quedó en puro humo. Y lo mismo ocurrió con El reino de Don Quijote (Ciudad Real), con los casinos en el desierto de Los Monegros, y con un parque temático sobre El Señor de los Anillos (Málaga) y otro sobre Tierra Santa (Baleares).

Ahora, nos ha tocado a los extremeños. Alguien ha llamado a la puerta del gobierno autonómico prometiendo empleos a mansalva, y grandes inversiones en nuestra región, siempre y cuando se adapte la legislación a sus necesidades. Y, acorde a la demanda, el Ejecutivo regional ha propuesto la LEGIO, una ley para facilitar el trámite y desarrollo de este tipo de proyectos.

Con respecto a esto, uno no puede por menos que cuestionarse la moralidad de la tramitación de leyes a conveniencia de promotores privados. Pero, por desgracia, en esta bendita tierra, se sigue gobernando a golpe de ocurrencia, con las miras puestas en las urnas, y con una discrecionalidad y arbitrariedad que no se sabe si da más miedo o vergüenza.