Supongo que a los que vamos quemando décadas con esa velocidad que se aleja (peligrosamente) de la que podemos desarrollar físicamente, el hecho de comprobar la cartelera para ir al cine puede ser todo un ejercicio de nostalgia. Involuntario, en todo caso. Porque hay algo descorazonador en ver que desde las colinas de cartón-piedra de L. A. han perpetrado un remake de cualquiera de esos recuerdos imborrables que todos atesoramos. ¿Ejemplos? A patadas. Las mismas que los guionistas le habrán dado a la nueva y testosterónica Ben Hur o la «feminización» (palabra de moda en plazas de toros patrias) de la nueva Cazafantasmas. Imagino, porque no he visto (ni pienso) ninguna de las dos.

Innecesario. Ese es el adjetivo más repetido cuando nos referimos a este tipo de películas, que las más de las ocasiones son poco más que refritos cosméticos que intentan atraer al público más nostálgico; y, por elevación, a uno nuevo en base a una «actualización» que haga aceptable a ojos menos entrenados. Seguro que hay excepciones honrosas, pero la mayoría son únicamente una explotación propia de la escasez creativa y de exprimir recursos.

El período de tiempo entre estaciones que fue del invierno del 14 al temprano verano del 15, fue una etapa verdaderamente convulsa para Grecia. Una población que, realmente, vivió un debate entre dos opciones que se antojaban «chantajes» (opinión más que personal): aceptar las duras condiciones del rescate impuestas desde Europa o echarse en manos de las mesiánicas propuestas que encabezaban Tsipras y su Syriza. ¿Innecesario? Como todo remake.

Porque, en mayo, Grecia deberá recibir una nueva transfusión económica. La cuarta desde que se inició la reestructuración de su deuda. Que comenzó ocho años atrás. Tiempo y medidas más que suficientes para conocer si podemos hablar de una mejoría en las condiciones económicas o de todo un estancamiento.

Cuando aún estamos aprendiendo a conjugar el brexit y a adaptarnos (personal, económica, jurídicamente) a la nueva UE sin «el amigo británico», la sombra de una salida de Grecia de la Unión Europea resurge con fuerza. Así de rápido se acelera la historia. Sólo que la repetición no es nunca mera emulación: ni la salida de Grecia será «tan» voluntaria como en el caso del brexit ni las condiciones posteriores serán ni de lejos parecidas. De entablar una negociación de igual a igual que se vayan olvidando en Atenas.

Antes hablaba de chantajes, y lo hacía por razones muy claras. Cuando Tsipras planteó su «no» a la batería de medidas solicitadas por Europa, lo hacía desde una perspectiva política. Sabía que cualquiera de las respuestas no conduciría al país a una mejor situación económica, y que, en dos años, la ayuda que rechazaba (formalmente y respecto a sus condiciones, pero recibida financieramente) se haría imprescindible. Y aumentada.

Y, por otro lado, Europa (acompañada de un FMI siempre errado en su diagnóstico) ofrecía más «cash» pero sobre la misma deuda. Pedía esfuerzos presupuestarios, pero sobre la misma deuda. Hablada de reestructuración… sobre la misma deuda. Exactamente, la misma losa que obliga a que afrontemos este indeseado remake.

Finalmente, la cuerda se ha estado estirando por los dos extremos, y por eso corre el cercano riesgo de romperse. Europa no acepta hacer cortes en la deuda porque evita sentar precedentes (más en su propio seno) y por temor al efecto que esa quita tendría sobre el euro. Y, por qué no decirlo, porque la ortodoxia alemana (principal tenedora de esa deuda) dictamina que es un paso evitable.

Pero en el otro lado se sitúa un gobierno en Atenas que, al final, ha leído las lecciones y ahora mantiene un superávit primario en el presupuesto (no se tiene en cuenta el peso de la deuda en este índice). Aunque lo cierto es que esa disciplina fiscal, al mismo tiempo, impide e invalida cualquier pretensión de crecimiento económico a corto plazo. Primero, porque los esfuerzos parecen dirigidos a mostrar un control numérico, para después continuar gastando. Segundo, porque el déficit está lejos de estar controlado y (como siempre) el retraso en la puesta en marcha de medidas correctoras provoca que sean más agresivas y especialmente gravosas para los servicios públicos (no políticos).

No hacen faltan guionistas: vamos de cabeza a un futuro remake, en el que ambas partes deberán mostrar una mayor cintura y finura negociadora que en la original. Porque si alguien no quiere más de esto es el público: esa Grecia que ha visto un deterioro continuo sin solución aparente.

*Abogado. Especialista en finanzas.