El martes pasado se cumplieron cincuenta y ocho años de la primera emisión oficial de Televisión Española. El primer programa se transmitió desde el Paseo de La Habana, y solo llegó a seiscientos televisores, en un radio de sesenta kilómetros. Consistió en una misa y una muestra de bailes regionales, nuestras señas de identidad de entonces. En sus inicios, no existieron los informativos ni los reportajes, solo programas de variedades, teatrillos, alguna zarzuela, entretenimientos varios para una audiencia que ya tenía bastante con la situación diaria. Hoy la primera cadena pública está presente vía satélite en todos los continentes. Si hace casi sesenta años, todo se hacía en directo, por falta de medios, ahora las posibilidades técnicas son infinitas. Durante un tiempo, la primera cadena fue referente en programas informativos y culturales, y un espacio para series de producción nacional cuando nadie apostaba por ellas. Actualmente, la situación ha cambiado. Con la crisis como excusa, hemos vuelto al principio, a esa programación de varietés en blanco y negro, somnífero infalible para unos espectadores dormidos de antemano.

De los telediarios y reportajes de referencia (aunque de eso hace ya bastante), hemos pasado a una crónica de sucesos donde lo importante no es lo que pasa en España o en el mundo, sino el incendio de un piso, la pretemporada de la liga, o el tiempo que tendremos mañana. Solo nos faltan la misa y los bailes regionales para sentirnos como entonces, cuando éramos un país gris y sombrío, y en la televisión solo podía aparecer lo que se aprobaba desde arriba, casi, casi, como ahora.