XLxa máquina de fabricar dos Españas ya está lanzada. O se establece una relación causa-efecto exclusiva entre el 11-M o se niega tajantemente. Como siempre, la verdad queda a medio camino. Negar que la inhumana gestión de los atentados ha decantado a muchos para escoger mudanza en tiempo de zozobra es empeño de conversos recientes al zapaterismo.

El resultado es indescifrable sin el shock emocional, pero ininteligible sin el historial de prepotencia absoluta y uso partidista de la información y los sentimientos de los votantes. Zapatero tiene mucho mérito. Pero jamás lo habría logrado sin la ayuda de su mejor aliado en esta campaña: Aznar. La derrota de Rajoy es la expiación que los votantes imponen a un partido, un candidato y un presidente que han cometido todos los pecados capitales imperdonables en un Gobierno.

El electorado castiga la soberbia. Sólo hay una cosa que demandamos todos por igual de un Gobierno: información. La credibilidad es el bien más valioso de un gobernante. Las encuestas lo decían. Los populares perdían la virtud de la credibilidad de tanto ponerla a prueba en vano. Lejos de enmendarse, fiaron su suerte a sustituir la fiabilidad por soberbia.

Los votantes repudian la ira. Allí donde más se cebó el estilo bronco de Aznar, más se castiga: la Galicia del Prestige y quienes "ladran su rencor por las esquinas", la Euskadi de los "cómplices" o la Catalunya de los "amigos de los asesinos" le han costando la mitad de los votos perdidos. La agresiva campaña que salvó las municipales algo tendrá que ver con el crecimiento socialista en el voto urbano.

El elector tampoco tolera la gula. Los populares, y Aznar personalmente, hicieron de la unidad de España su arma electoral más apetecida. En lugar de hablarnos de economía y de prosperidad, el aspecto de su gestión mejor valorado, se empeñaron en quemar en la parrilla a Carod-Rovira. Olvidaron la principal lección dejada por las elecciones vascas: España empacha.

El votante soporta mal la avaricia. Mientras Bush o Blair pasaban malos tragos ante sus medios, parlamentos y tribunales, Aznar se empeñaba en aplazar sus deudas por la inexistencia de las armas de destrucción masiva.

A los populares les pudo la lujuria. No se puede pretender a la vez tocar a rebato a tu electorado más conservador y al moderado del oponente. Por ganar más público, quisieron combinar la moderación del 2000 con la agresividad extrema de las municipales. Pero ambos mensajes son excluyentes entre sí.

A los estrategas populares les cegó la envidia. Ignoraron las evidencias sobre el crecimiento electoral de Zapatero recuperando abstencionistas día a día. Prefirieron encomendarse al mito del voto oculto. Pero no nace por generación espontánea. Necesita una campaña que evite los motivos que empujan a la ocultación y maximice sus beneficios, no al contrario.

Las encuestas indicaban tanto el deseo de cambio, como el ascenso de Zapatero. Desde su clara ventaja, Rajoy debía bajar a la arena. La estrategia de rehuir el cuerpo a cuerpo sirve para impedir crecer a tu rival. Pero cuando ya está creciendo, sólo transmite miedo. A Rajoy le pudo la pereza. Prefirió infravalorar a su oponente y cobijarse a la sombra de su mentor. Dilapidó el mayor valor de su designación: el cambio de talante. Precisamente el mensaje más claro de un electorado que ha votado para obligar a su clase política a hablar, quiera o no. La bofetada recibida por Mariano era para Aznar, pero no por eso menos merecida.

*Profesor de Ciencias Políticas