Hubiera sido fácil llegar hasta aquí, hasta este verano tórrido escribiendo vivencias que seguro a nadie interesaran si no fuera porque nadie se jugó la vida en ellas.

Claro que ha comenzado el verano y, con él, toda esa rutina de comportamientos e ideas que empujan a un sueño de comportamientos irreales que en septiembre quedarán sepultados por el tedio del otoño.

Pero no voy a hablarles de lo que ustedes harán, sino de lo que yo, solo yo, les ofreceré en estos meses de estío, horribles para el alma y divertidos para el cuerpo allá por la libertad que le demos. No puedo decirles más. Me propongo contarles que este verano viajo a Málaga, a beberme unas Cruzcampos y disfrutar de unos espetos; a volar a Cádiz y sus adobos y que, nunca, nunca más, volveré a hacerles una crónica si no es rodeado de chirigotas y comparsas.

Hubiera sido fácil volar por mundos imaginarios, sentir que todo está ganado y nada queda por hacer, pero este verano me propongo apasionarles y, en esa ruta, los protagonistas somos usted y yo.

He soñado tantas veces en invierno con playas desiertas que aún anhelo encontrarlas. Y, por qué no, con el sabor de un gintonic que enfríe más aún mi garganta.

Nos hemos ganado el derecho a soñar. Más que antes, mucho más que ahora.

Por eso les invito a iniciar una serie de capítulos que desgranen mi verano, el suyo también, con esos matices que nos harán grandes y mejores.

Porque este tiempo de luz ya ha empezado y me gustaría compartirlo con ustedes.

Nos vale luz, nos vale la vida. Y solo nos hace falta saber que ya es verano y estamos aquí, tan vivos como el calor. ¿Se atreven?