Ser niño en Africa es hoy más peligroso que nunca. En 1960, en este continente se registraban el 14% de todas las muertes de menores de 5 años. En 1980, el porcentaje se situó en el 23%, y en el 2003, la cifra se disparó hasta el 43%. Es decir, casi la mitad de niños que mueren en el mundo poco después de nacer son africanos, prueba evidente del incremento de las desigualdades, en este caso en la aplicación de los avances sanitarios, entre entre los países desarrollados y el continente africano.

La crisis de la salud pública que sufre el Africa subsahariana quedó aún más constatada ayer con la publicación de un informe en Londres por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pese a destacar las medidas que se llevan a cabo para mejorar la situación, especialmente en la lucha contra el sida, el estudio recalca otros datos tan alarmantes como la mortalidad infantil. Uno de ellos es que de los 20 países que registran las mayores tasas de fallecimientos de la madre durante el parto o en el transcurso del embarazo, 19 son africanos.

Otra cifra que demuestra que las vacunas y medicamentos son poco más que un espejismo en la región subsahariana es que el 72% de las muertes se deben a enfermedades contagiosas. Por aquella zona, compuesta por 46 países y 738 millones de habitantes, el sida, la tuberculosis y la malaria campan a sus anchas. Es más, de los 500 millones de casos clínicos de malaria que se dan anualmente en el mundo, 300 de ellos están diagnosticados en 42 estados del área, que concentra a su vez seis de cada 10 personas que tienen el VIH.

La OMS insiste en que el número de tratamientos ha crecido y que hay noticias esperanzadoras, como que el número de personas que reciben antirretrovirales contra el sida se haya multiplicado por ocho.

Sin embargo, la realidad obliga, y los pequeños avances no pueden esconder que Africa, encima, sufre también un aumento en el número de afectados por enfermedades más habituales en Europa y América, como la hipertensión, corazón y diabetes. Además, Kenia, Ghana y otros países se enfrentan a otro peligroso panorama: 3.000 médicos, enfermeras y otros empleados dejaron sus casas entre 1993 y el 2002 para trabajar fuera.