TCtuando Mussolini subió al poder en Italia, además de enviar una estatua de Dante a todas las embajadas, ordenó que en los campos de fútbol del país, en lugar del tradicional: "¡Hip, hip, hurra!", se animara a los equipos con un nuevo alarido: "¡Eja, eja, eja, elalá!". Esta exclamación tan extraña era el grito de guerra que entonaban las escuadras fascistas de camisas negras en la marcha sobre Roma que encumbró al Duce al poder. Lógicamente, en cuanto Mussolini fue ajusticiado por los partisanos e Italia liberada por los americanos, retornaron los himnos tradicionales al graderío de los tifosi.

En España, no tengo constancia de que Franco impusiera en el fútbol aquel grito tan sambero del alabín, alabán, alabimbombán, pero lo cierto es que con la democracia se desterró y llegaron otros ritmos donde abundaban los oés, los olés, los a por ellos y, sobre todo, los insultos gordos. Antes, el clásico hideputa, que ya aparece en Lazarillo de Tormes , se reservaba para poner en su sitio al árbitro sólo en casos muy graves. Ahora, se le grita antes incluso de que se lleve el silbato a la boca y el denuesto se le regala a todo el mundo: ora al linier, ora al portero contrario, ora al entrenador. El fútbol, con tanto hideputa y sin el alabín ya no es igual. ¡Qué espectáculo escuchar un alabín o un hideputa a coro en la Ciudad Deportiva José Sanz Catalán! Ahora es todo tan raro. Vas al estadio Príncipe Felipe, hay sólo 100 personas y se pasan todo el partido gritando un eslogan extrañísimo: "Campos vete ya". ¿A quién animarán?