TAt Simbad el marino le engañaron las sirenas. Arrimaron una caracola a su oído jurándole que escucharía la voz de las princesas de Samarkanda y lo que escuchó fue un waka waka que le quebró el sentido. Sonámbulo, se alejó del mar y acabó varado en una taberna de Almendralejo. Lo sé porque aquella taberna era la de mi padre. Cuando le conocí, allá por los años setenta, ya era un anciano. Ni siquiera recordaba que una vez había sido el gran Simbad. Se camuflaba en la piel de un exmarinero franquista al que todos llamaban Rafael Alvarez , alias el Lancha . No es fácil después de haberle peinado el pellejo a los mares y de que las palabras de amor pronunciadas en tantos diomas te hagan estalactitas de miel en el cielo de la boca, acabar tu vida jugando al dominó en un bar de tierra adentro.

Fue al primero que escuché decir que es un sinsentido eso de que Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Si Dios fuera como nosotros, en vez de estrellas, en el cielo luciría una placa con la leyenda: este Universo fue inaugurado por Dios siendo arquitecto y alcalde El mismo. A mí me arrancó un tebeo de las manos y me puso en el camino de Las mil y una noches . Compatriota de Lope y de Quevedo , de Shakespeare y de Neruda , mi patria, decía, es la palabra que consuela y la que seduce.

Murió hace una eternidad, pero hoy es su cumpleaños. Me acuerdo porque presumía de haber nacido el mismo dia que Louis Armstrong . A él le concedieron las musas la voz y a mí la capacidad de emocionarme con el talento ajeno. Salí ganando, decía. Hoy es su cumpleaños y yo le debía un artículo. A él y a todos esos viejos Simbad que se cruzan en el camino de un corazón joven y alumbran con su entusiasmo el tenebroso túnel de la adolescencia.